Habían pasado algunos años. Crecimos. Y un día nos descubrimos. Nos “vimos” por primera vez.
Luego, ambos nos fuimos sin decir adiós. Cada cual hizo su vida, esperando volver algún día. Guardamos en un lugar muy especial aquel encuentro que nos mantuvo unidos; una conexión única.
Y fueron creciendo los poemas, los
versos sueltos, guardados celosamente, para algún día, compartir, como una
declaración de amor.
Cuando ese día
llegó, fue maravilloso volver a encontrarnos. Surgió espontáneo el abrazo
interminable, corazón a corazón. Y sentimos que el tiempo no había pasado, sólo
había hecho una pausa. Nuestro cuerpo tenía la memoria de cada caricia, cada
momento, cada silencio y cada suspiro.
Entonces, intercambiamos nuestros cuadernos; entregamos allí el corazón, en una verdadera declaración de amor.
Cuando leímos lo que cada uno había escrito durante tantos años, comprobamos que habíamos dicho casi lo mismo...