VER

jueves, 20 de abril de 2023

El encuentro.

 


 En un instante se removió el pasado. Con tan solo una mirada al grupo de personas que subían al ómnibus, lo reconocí y capté lo que aún no había cambiado de él. El mismo tono de cabello, aunque ahora, entrecano. Los mismos ojos, la boca. Igual que hace treinta y tantos años. El tiempo le había favorecido dándole un aire interesante. Al verlo no tuve dudas. Ese rostro, más ajado, era el mismo, con la misma piel delicada y suave. Seguía usando esa barba que tanto me gustaba.

Lo vi y un calor subió a mis venas. El corazón comenzó a latir con fuerza. Desvié la mirada. Hubiera querido ser invisible en ese instante. Rogaba en silencio que no me viera. No lo pude evitar, se detuvo casi enfrente. Yo miraba obstinadamente por la ventanilla sin querer volver la mirada, pero sentía sus ojos clavados en mi rostro.

Ahora no entiendo cómo viví tantos años sin verlo. ¿Dónde estaba mi sangre, esta que ahora corre ardiente en mis arterias? Mi cuerpo todo recuerda al instante, el calor de esos labios, el tacto de sus manos quemantes en la caricia amorosa. Su perfume, el roce de su barba tan suave en mi mejilla. ¿Cómo pude acallar todo en mi mente y vivir sin ello? Fueron más de treinta años pensando que lo había superado, que había olvidado. Y de pronto compruebo que todo está ahí tan vivo como entonces. Ya no soy la misma y sin embargo lo soy. Siento lo mismo, tan intenso como antes. Pasan los minutos y decido descender. Sin levantar la vista al ponerme de pie, paso delante de él dirigiéndome a la puerta. Siento sus ojos en la nuca y lucho con el deseo de mirarlo. No y no, me digo. Ya no.

Descendí del ómnibus unas paradas antes. Me dispuse a dar una caminata con el fin de calmar ese bullicio que ahora inundaba mi cabeza y mi corazón. Respiré profundo y caminé despacio. Pasé delante de una plaza muy enjardinada, sin un rumbo determinado, solo trataba de aquietar los pensamientos y tranquilizar mis nervios.

 ¡Hola!

¡No! ¡Me había seguido! Era ésta casi la misma escena de hace treinta y tantos años, con la diferencia que en aquel entonces estaba lloviendo y hablábamos por primera vez, mientras caminábamos bajo el mismo paraguas.

Ajustó su paso al mío y mirándome algo inclinado, ladeando la cabeza dijo:

—¿Ya no te acuerdas de mi?

 Hola. No… Fingí no reconocerlo. Entonces lo miré a la cara y respondí: ¡Ah! creo que te conozco de algún lado.

 De hace treinta y cuatro años, en Suárez. Soy… Mauricio

 Sí. Claro. ¿Cómo estás?

 Mejor que nunca ahora que te veo. Estás igual. No has cambiado.

—No. Los años han pasado y no han pasado en vano.

—Te han favorecido.

— Tú también estás igual. Ahora, conversando te reconozco. Sí, con unos años más… pero… igual.

Hubiera querido decir: tan hermoso como entonces y provocas en mí la misma emoción. Sin embargo, sólo dije:

    Sí, estás igual.

La vida me había enseñado a esconder mis emociones. Aprendí a decir: Estoy bien, aunque no lo estuviera. Para qué mostrar el dolor a los demás. Nadie podría solucionar mis penas. Así que lo mejor es no mostrarlas.

Comenzamos a caminar y a conversar, al principio con frases insulsas y cortadas que llevaban a respuestas de monosílabos, como: sí, no, ok, aja,

Los minutos transcurrieron, hasta que me tomó por el codo haciéndome girar para mirarme a los ojos, frente a frente. Otra vez, la escena se repite, casi como hace treinta y cuatro años.

No te he olvidado. No sé cómo viví todo este tiempo sin vos. – Yo pensaba lo mismo pero tuve mucho cuidado de no decirlo. Había sufrido demasiado. Ahora quería prolongar esta felicidad increíble que sentía.

Los recuerdos a veces hacen daño. Ese recurso de la mente que nos lleva a revivir una y otra vez todos nuestros actos que nos emocionan y nos amargan al mismo tiempo, se estaba regocijando nuevamente, jugueteando en mi pecho a punto de estallar y saltando en el brillo de sus ojos y en el temblor de su mano. Todo estaba allí otra vez. Sentí su mano en mi brazo y fue como si hubiera retrocedido treinta y cuatro años. Allí estábamos los dos con veinte y poquitos años, plenos de juventud, hermosos, con nuestra piel lozana y fresca, el rostro dulce, sin las amarguras que dejaron, sin duda, sus huellas en la comisura de los labios y alrededor de los ojos. Estos ojos que tanto habían llorado en aquella época. De pronto comprendí que la vida se encargó de alejarnos, y nos fue dando experiencias diversas, algunas muy buenas y otras muy dolorosas, las que fueron marcando nuestra conducta. Hoy cargamos ese bagaje, nos vemos distintos y no obstante somos los mismos. ¿Cuál será el propósito de este encuentro? Ya ninguno de los dos puede desandar el camino. Imposible volver al pasado. Nuestros caminos se habían separado por tanto tiempo, que no entendía cuál era la finalidad, o por qué ahora nuestros pasos se cruzaron. Sin duda, esto era una prueba. Me sentí como en una gran encrucijada. Él me tenía sujeta por el brazo y miraba profundamente en el fondo de mis ojos.

Nos quedamos así. Callados. Solo nos mirábamos. Fue como si el mundo se hubiera detenido.

Se inclinó de pronto, buscando un beso. Estuvo tan cerca. Seguía usando el mismo perfume. Ahora llevaba la barba un poco más corta. Esa barba casi rojiza que tanto me gustaba. Sobre el mentón estaba totalmente blanca. Tuve miedo y me retiré. No me atreví. En lo profundo de mi corazón sabía que si volvía a sentir la caricia de sus labios en los míos, ya no podría parar.

Y no quería revivir el pasado. Mejor así. Él formaba parte de una época que se fue, y de una historia que había dejado muy atrás. Al menos, eso pretendía.

          Todo había comenzado treinta y tantos años antes, alterando la rutina de una chica simple que sin cuestionar mucho su existencia, transcurría de forma insulsa por esta vida “sin pena ni gloria”.

martes, 18 de abril de 2023

Angel con alas de música


 Dios dibujó sus ojos, los más hermosos de cualquier ser humano. Trazó sus labios y los esculpió con la más grande perfección. Modeló las orejas y puso en sus oídos una delicadeza tal, que le permita oír las notas más sublimes. Cuando modeló su garganta con los trazos más suaves, puso en sus cuerdas vocales todas las posibilidades para emitir notas infinitas, hasta las nunca existentes en la historia de la humanidad. Completó su rostro con líneas perfectas, dándole a sus rasgos la expresividad más dulce, en un rostro precioso y viril. Cuando diseñó su cuerpo, allí colocó un cerebro privilegiado, un corazón fuerte y amoroso, una inteligencia superior. Cuando completó su trabajo, dándole un carácter, una forma de ser, de hablar, de andar, de bailar, de amar, sólo quería que ese ser fuera perfecto. Entonces, con el don del verbo, solamente dijo: "Hágase un Ángel cuyas alas sean la música y el canto." Y nació Dimash.

Ivalopano

sábado, 15 de abril de 2023

La consulta.

 


En la pequeña sala está todo listo. La lámpara sobre la mesita de la esquina alumbra sólo lo necesario; la música de fondo, suave, invita a la meditación o al menos, a la conversación franca.

Silva, acercó la silla, modificó un tanto la posición de las persianas y bajó un tono la música.

El timbre sonó puntual a las 17:00 horas. Abrió.

Ignacio se mostró sonriente, feliz del reencuentro con su terapeuta. Se veía nervioso. Se dirigió enseguida hacia el diván diciendo:

—Tengo muchas cosas para contarle "Doctora", pero no sé por dónde empezar.

—Sólo empiece por donde quiera, como pueda y de a poco se irá aclarando. Lo veo muy ansioso Ignacio. ¿Qué ha pasado en este tiempo?

—Sí. Me siento muy angustiado. Hay momentos en los que me echaría a llorar.

—Por lo que puedo ver, esta licencia no ha sido buena para usted.

—¡No! ¡Claro que no! Mi mejor amigo se suicidó. Eso no lo puedo entender. ¡Nunca lo entenderé! No sé por qué no habló conmigo. Teníamos buena confianza; él sabía mis problemas y yo los suyos. No sé qué pudo haberle pasado. Pienso y pienso y no encuentro una razón. 

—Generalmente, no se encuentran los motivos aparentes en estos hechos —dijo la Psicóloga— solo se pueden hacer conjeturas, pero nunca se llega al desencadenante de tal actitud. En casos así, rara vez el suicida lo habla con alguien. Quien toma esa decisión, lo hace de forma íntima, en soledad.

—A veces creo que tal vez él tuviera cosas para contarme, pero como cuando nos veíamos yo le contaba mis problemas, quizás no le di la atención que necesitaba —dijo Ignacio. —Me siento muy mal, me siento culpable porque tal vez en algún momento quiso contarme algo, y yo no le di la oportunidad de hablar. Tendría que haberlo escucharlo o quedarme a su lado en silencio, para darle la oportunidad de confiarme sus penas. Ahora lo recuerdo y me doy cuenta que cada vez que nos encontrábamos era yo quien hablaba, él me escuchaba y aconsejaba con tal paciencia y tan sabiamente como un padre. Pobre mi amigo, quién sabe cuántas veces necesitó mi apoyo y lo único que podía hacer era prestarme el suyo. ¡Qué egoísta he sido! ¿Cómo puedo aliviar esta culpa "Doctora"?

La Psicóloga escribía en su cuaderno cuanto contaba Ignacio. Levantó la vista. Lo miró. Él secaba unas lágrimas. 

—Si le hace bien llorar, tiene que hacerlo. Usted perdió un amigo que según me dijo, fue su mejor amigo. Tiene que llorarlo porque usted lo quiso mucho. No hay que reprimir el llanto ni sentir vergüenza por llorar. No debe culparse. Su amigo no contó sus problemas a nadie. Si usted era su mejor amigo y no le dijo nada, no fue porque usted no le diera la oportunidad. Si él hubiera querido contarle, lo hubiera hecho, no tenga dudas. Si a pesar de todo, siente que usted no hizo todo lo que hubiera querido por su amigo, no se castigue, perdónese. A veces debemos perdonarnos, porque no siempre sabemos actuar de la mejor forma. Perdonarse es muy sanador; uno se reconcilia consigo mismo.

—¿Cómo se hace eso?

—Desde el fondo de su corazón. Usted sabe que quiso mucho a su amigo y que si cometió un error fue de forma inconsciente. Es inocente. No hubo intención de no darle apoyo. Piense que quizás su amigo no quería ningún apoyo. Tal vez no lo habló con usted porque sabía que lo convencería y no le permitiría hacer lo que hizo.

—Sí, tal vez tenga razón. Si me hubiera contado, no lo hubiera dejado y me hubiera quedado a su lado el tiempo que fuera necesario.

Ahora no piense en lo que no hizo —dijo la Psicóloga— eso ya no se puede cambiar. Piense en todo lo bueno que vivieron, esos hechos que fueron creando ese vínculo que hace que usted diga que era su mejor amigo.

 Ignacio continuó largo rato contando cómo se conocieron en la escuela, cómo transcurrió la adolescencia. En una serie cada vez más espontánea surgían los recuerdos. Varias veces le embargó la emoción y se sacudió en llanto.

Transcurrida la hora, Silva le recomendó que para la próxima visita trajera una lista con las mejores anécdotas que recordara con su amigo.

Con un apretón de manos lo despidió en la puerta, como cada vez que finalizaba la consulta.

 Ignacio bajó la escalera que terminaba al fondo del corredor. Mientras caminaba por el pasillo rumbo a la puerta de salida, trataba de borrar las huellas del llanto, antes de salir a la calle.

—Me hace bien hablar con la "Doctora". En la próxima visita tengo que hablarle de Mónica. Necesito hablarlo con alguien. Ella me comprenderá.

Al llegar a la casa, su esposa, extrañada, le pregunta dónde estuvo toda la tarde. Él responde que había ido a la consulta con la Psicóloga.

—¿Otra vez? Hacía tiempo que no ibas. ¿Qué te pasó?

—Nada. O nada especial, pero sentí necesidad de hablar con alguien. Estoy angustiado, ella me escucha y aconseja. Me hace bien.

—Está bien. Si eso te sirve.

Ignacio volvió a sentirse solo. Los diálogos con su mujer son siempre así. Dos o tres frases y ella se desentiende del asunto. Ya no le interesa más nada. Él tiene necesidad de hablar de su amigo muerto. Tendría que hablar con Mónica. Ella lo escucha, lo mira a los ojos y sólo eso ya es suficiente para que se sienta bien. Muy bien. 

Mónica apareció en su vida un año antes, y desde entonces, es un hermoso calor en su sangre que sube al pecho y le ha devuelto la alegría de vivir. El día que supo que trabajaría con ella, sintió tocar el cielo con las manos, que, aunque sea una expresión gastada, sirve para ilustrar sus sentimientos. Ahora, todos los días tiene la oportunidad de verla. Están trabajando en un proyecto común. No importa el tiempo. A veces, puede estar dos o tres horas en su compañía. Aún no sabe cómo se lo dirá a la "Doctora", pero confía en que ella lo guiará, siempre le pasa igual, por difícil que sea lo que tiene para decir, al final, sale como de manera espontánea, y logra explicarse perfectamente. ¿Será que se explica bien, o que, a la "Doctora", con pocas palabras le es suficiente para entender de qué se trata? Ella le ayuda de manera increíble. 

Ahora, sentado en la biblioteca, en su casa, piensa y recuerda fragmentos de sus charlas con la terapeuta. Nunca ha tenido que explicar hasta el infinito sus problemas. Está seguro que en cuanto le refiera que ha encontrado una mujer que mueve sus fibras íntimas, que se siente vivo otra vez, y que se emociona al tomar sus manos, o al darle un beso, ella comprenderá. No hará preguntas.

 

Título destacado

¡Cuánto te extraño!

  Hola. Tengo tanto para contarte. Han pasado muchas cosas buenas , lindas, desde que te fuiste. Cada día y en cada momento intenso, te pien...

Entradas populares