Cuando en el año 2002
dejamos
Las autoridades de la época, unos años antes, en una extraña transacción, «vendieron» al Banco Hipotecario del Uruguay, la bellísima edificación. Una verdadera joya de la arquitectura y el arte del ingeniero Luigi Andreoni, construida en una época brillante de la economía y el comercio de la región.
Este precioso
edificio ubicado en la calle
En el año 2002, cuando
se dispuso la mudanza de su sede administrativa, fuimos testigos impotentes del
desprecio y la frialdad con que las autoridades del momento, dispusieron el
desalojo del rico edificio.
Los muebles, majestuosos, testimonio de la opulencia británica y el buen gusto que da una rica economía, eran grandes, de nobles maderas, regias terminaciones y lustres eternos. Verdaderas joyas de carpintería artesanal. Algunos escritorios tenían mecanismos ocultos; bordes tallados a mano, y tapas con incrustaciones en distintas maderas y cuero repujado.
El día que llegó la empresa de mudanzas y comenzó a bajar esos tesoros
a empujones y tirones, arrastrándolos sin piedad, por el corredor de piso de
mármol, y haciéndolos descender la suntuosa escalera, a los tumbos, cayendo de
escalón en escalón, con golpes que nos dolían en el corazón, sentimos vergüenza
ajena ante tal herejía. El daño era equitativo: a los muebles y a los pisos, a
la escalera y a nuestros sentimientos.
Dejábamos muchos años
de vivencias entre esas preciosas paredes adornadas. «Nuestra casa» se iba
quedando vacía. Las oficinas huecas, silenciosas, desoladas: ¿Qué será de mí? —parecían decir—, ¿Qué será de nosotros
ahora? —decíamos.
Han pasado los años.
Cada uno de ellos representa un poco más de abandono para
Los uruguayos tenemos
un defecto educacional. Parecería que lo que pertenece al Estado no es de nadie.
Gran error; lo que es del Estado uruguayo, es lo más nuestro. Pero no todos lo sienten
así, y no se lo enseñan a sus hijos en los hogares; tampoco en las escuelas.
Y ahí está la
preciosa Estación Central "General José
Artigas", en el abandono más ominoso, saqueada. En una especie de cruel
vejación, se han robado sus preciosos mármoles, los adornos, las mamparas de
buena madera y excelente artesanía. La lluvia ha hecho
estragos. Las aberturas, los vidrios rotos, dejan ver los cielorrasos caídos,
colgando como jirones. Verdaderamente, para llorar…
Ivalopano