Cuán importante es a veces, decir las palabras justas, en el
momento exacto; y cuántas otras, es necesario callarlas a tiempo para no
mostrar nuestra vulnerabilidad, para no quedar expuestos, frágiles y trémulos
ante el egoísmo, la envidia o los celos.
Ahora, mis ojos buscan aquellos otros… que miran diferente,
que ven en mí, quizás lo que ni yo veo. Si en algún momento, nuestras manos se
rozan, sin querer, en el movimiento natural de la tarea, o en un saludo,
mi piel estará alerta, sensible al tacto, el calor, la suavidad o la rusticidad
de esas manos.
De igual manera, mis mejillas estarán esperando el roce de un
beso amistoso, cordial, correcto, tratando de intuir no obstante, un énfasis mayor, un
instante de prolongación en la caricia.
¿Qué es lo que ha cambiado?
Nada. Y todo. El tiempo ha pasado, cada uno sabe cosas del
otro y su vida, que de alguna manera nos une en una especie de complicidad
dulce, un poco ingenua, que sin embargo, no queremos perder.
De pronto necesito más que nunca un espacio. Un lugar íntimo,
ese sitio, refugio donde sólo quepan mis versos, mis libros y mis sueños. Donde
pueda oír la voz que habla directo al corazón. Donde solo estemos Tú y yo…
Donde Tú seas la paz, la luz, la voz, la comprensión, la compañía, el abrazo
que tantas veces no tengo… Ese abrazo que contiene, ampara y ama…