Mi padre, al otro lado, en el departamento de Durazno, había oído conversaciones
en el pueblo, en cuanto a la creciente del río Negro, pero no pensó que fuera tan grave. Se había criado a orillas
de ese río y lo había visto crecer muchas veces, en tiempos de lluvias. Nunca hubiera imaginado que pudiera pasar algo como aquello. Cuando llegó al puerto y lo vio, le costó reconocerlo. Ese río de toda la vida, compañero
de su infancia, se había convertido en un desconocido agresivo.
El cruce se realizaba
en balsa que transportaba al ómnibus junto con los pasajeros. Ahí tuvo
oportunidad de conversar con la gente. Solo se hablaba de lo que le había pasado
a "fulano" y a "mengano". Algunos decían que el pueblo desaparecería, que se
desintegraría y sería devorado por el río. Todas eran noticias terribles: muchas familias evacuadas, pérdidas totales de bienes y animales. Entonces aumentó su
preocupación por saber qué pasaba con los suyos.
A los dos días, la familia entera viajó solo con lo más imprescindible. Los muebles y demás enseres llegarían después, con la mudanza. Íbamos en la balsa, junto a muchas personas. Todos muy serios, algunos sentados sobre sus valijas.
El río se veía enorme y turbulento. Sus aguas
siempre limpias, de un azul intenso como el cielo, estaban marrones. Flotaba en esas aguas revueltas, una infinidad de cosas, a gran velocidad al
lado del remolcador, que se deslizaba rozando las últimas hojas de las copas de los árboles.
El agua había destrozado parte del cementerio y había ataúdes flotando en el
río. Eso era lo más impresionante, la gente se persignaba y rezaba entre sollozos.
Mi hermano y yo no teníamos miedo, al contrario, nos divertía ver el río tan grande. Era lindo el viaje en esa especie de barquito que lo cruzaba. Una experiencia nueva y fascinante. A cada momento gritábamos: ¡mira, una oveja!, ¡allá, allá… un cajón!, ¡mira, una gallina!, ¡el perro aquél, arriba de una tabla!, ¡mira ese árbol grandote como flota, se lo lleva la corriente, qué rápido! Y reíamos divertidos. Mamá nos hacía callar. No comprendíamos por qué lloraba la gente y nuestros padres estaban tan serios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu nombre, por favor, no responderé comentarios anónimos.