Estoy absorta ante el
encanto sutil de la lluvia y maravillada por la belleza de los colores, grises
y dorados, que nos regala este día mojado. La gente se apresura y frunce el
ceño. Todos pasan ensimismados, ausentes, en medio de este mundo encantado, de
temblorosos paraguas, pies mojados y caras frías. La lluvia le impone un
carácter de prisa al movimiento de los transeúntes.
Me gusta la lluvia. Observar
un paisaje mojado, tiene una gracia que muchas veces no apreciamos. Cuando era
muy joven el otoño me daba pena, me inspiraba cierta angustia, porque era el
preludio del invierno, de las noches frías, del viento, de los días sin sol, de
quedarse adentro. El invierno era un poco como morir. Ahora, los años han pasado. El otoño me gusta y también el invierno.
La vida me ha enseñado a gozar de las cosas simples, a disfrutar de lo cotidiano, a descubrir lo bueno en todo y en cada lugar y momento. Todo tiene belleza, o el encanto de su fealdad.
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