Al comenzar la zafra, como cada año, al final del verano, la mañana se llena de ruidos y gritos alegres. El rugir de los camiones y tractores se inicia a las ocho, y a partir de ahí, ya no para, sino, hasta el mediodía, cuando el sol se hace insoportable, para reanudar su trajín en la tarde, luego de dos horas de descanso, hasta el atardecer.
Los tractores, con su destemplado gruñir, se mueven como rengueando en los desparejos terrenos, acarreando su carga oscura de relucientes racimos, en un ir y venir continuo desde los distintos "cortes" hasta la bodega. El paisaje se llena de movimiento, de rumor entre las filas de los viñedos, plenos de apretados racimos. El verdor de las viñas se ve salpicado de color aquí y allá, en encorvadas espaldas y cabezas cubiertas con sombreros o pañuelos coloridos. Este bullicio sudoroso, fatigoso, pero alegre, es una breve tregua para la pobre gente que espera esta zafra, como un paliativo a la angustia diaria de "parar la olla".
Los niños, ruidosos, movedizos, se refugian a la sombra de las parras y con las manos sucias y pegajosas, llenan sus bocas de jugosas uvas dulces, manjar que prueban sólo en la vendimia.
Al finalizar la jornada, apretamos en la mano, un puñado de fichas grises de distinto valor, señal del esfuerzo y testigo del cansancio de todos nuestros músculos, que estimula, sin embargo, el ánimo, en el afán de recibir la paga por el trabajo realizado. Al cobrar, cambiamos las fichas por dinero, que siempre resulta menguado ante el esfuerzo físico que cuesta lograrlo.
Mientras contamos las fichas, no obstante, abrigamos la esperanza de los proyectos en los que gastaremos el dinero, que una vez cobrado pierde valor ante la realidad. Y nos convencemos de volver al día siguiente, a fin de mejorar nuestro pequeño tesoro. A medida que pasan los días, vamos juntando moneda a moneda, reuniendo poco a poco, una pequeña "fortuna" que alcanza apenas, para algunos gastos pequeños de útiles escolares, o un par de calzado deportivo, barato, y de pésima calidad.
Al mismo tiempo, la bodega reboza de movimiento. Mientras la montaña de racimos morenos crece, se entrega la riqueza de esa tierra pródiga, fértil, con el aporte invalorable y mal pagado, de ese grupo de gente, que año tras año, entrega su esfuerzo, a cambio de un puñado flaco de monedas.
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