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martes, 28 de septiembre de 2021

Vivencias del gallinero



Tuve una infancia riquísima en vivencias entrañables. Una familia numerosa. Un hogar con muchas bocas y cuatro brazos luchadores. 

Mi padre, ladrillero, era a la vez, "mil oficios", lo que hiciera falta. Todo se hacía en casa, lo que fuera necesario. Si se rompía un par de zapatos, papá remendaba, cambiaba suelas, colocaba tacos, lustraba, teñía, cosía. Si con todos estos esmeros no era suficiente, entonces había que comprar otro par. Construyó la casa desde el barro mismo de sus ladrillos, con sus propias manos, y las de mamá. 

Ella también era "mil oficios". Si necesitábamos un vestido, mamá cortaba, cosía, recomponía; transformaba un vestido grande, en uno pequeño; de un saco de hombre, hacía un trajecito para niño. Tejía, bordaba, hacía mantas, sábanas, medias, gorras, pañales, peleles; cuidaba del huerto, el gallinero, el fogón; cortaba leña, amasaba, lavaba ropa en la pileta o en el arroyo; curaba rodillas raspadas, la fiebre, el dolor de barriga, el sarampión, la varicela.

El huerto, que trabajaban ambos, producía todo lo que se pueda imaginar: lechugas, zapallos, choclos, morrones, rabanitos, en fin, cualquier cosa, y también, flores. Mamá siempre encontraba un lugar, para colocar, algún bulbo de gladiolos, dalias, margaritas y otras flores. El huerto daba alimentos y alegría.

También estaba el gallinero, repleto de nidos, cacareos, cloqueos y píos. Este lugar, no muy alejado del patio, demandaba bastante trabajo. Todos ayudábamos en la tarea de limpiar y barrer. Allí, sucedía algo que nos fascinaba. Mis hermanos y yo, nos ubicábamos del lado de atrás de los nidos, afuera del tejido, para ver cómo salían los huevos. Esto, nos deslumbraba. Reíamos como locos, cuando captábamos el momento justo en que la gallina expelía el huevo, que, hasta dejaba escapar una pequeña muestra de vapor, al salir. Cuando caía en el nido, ya no le prestábamos atención, porque nuestros ojos seguían con una curiosidad traviesa, los ajustes que hacía la gallina, reacomodando la abertura por donde había salido. Reíamos y comentábamos largo rato, lo que habíamos visto.

Otra cosa que observábamos en grupo, con mamá como instructora, era el nacimiento de los pollitos, patos, y gansos. Siempre había algún huevo que tardaba más que los otros, o la madre abandonaba el nido, para atender las urgencias de sus pequeñuelos, y dejaba al rezagado en el nido. Mamá lo rescataba y ayudaba. Si ya estaba "picando" lo traía para la cocina, y al lado del fuego, lo cubría con un paño. Poco a poco iba ensanchando el pequeño agujerito que había logrado abrir, con mucho esfuerzo, el polluelo. Muy lento, ella iba rompiendo el cascarón. Todos asistíamos al espectáculo enriquecedor y milagroso del nacimiento.

A veces, el debilucho necesitaba un rato más de calor, y se dejaba hasta que comenzara a picotear. Luego de algunas horas, estaba en condiciones de seguir a su madre, pero ya había conseguido un "un padrino", porque alguno de nosotros había reclamado en adopción al pequeñito, poniéndole un nombre.

Este hecho, que parecía desgraciado al momento de nacer, al final, era un privilegio, ya que el "padrino" impedía que cuando fuera adulto, terminara en la olla. Así sucedía que en el corral, había varias gallinas viejas. Igual, mamá, de forma muy ingeniosa, ideaba algún trueque, y lograba hacer el "puchero", con alguna de esas gallinas, que ya no ponía huevos.


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