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viernes, 12 de noviembre de 2021

Llueve.

 


Llueve sobre los campos; sobre frutales; llueve sobre la huerta, y los rosales. Es la bendición del agua que nutre, en silencio, como sin darse cuentaLa lluvia tiene el encanto de la calma, del refugio, del sosiego. Llueve y suena sobre los techos de chapas; invita al sueñoLlueve. La tierra exhala ese aroma tan particular: “olor a tierra mojada”. Luego de la gran sequía, la ansiedad se respira en el ambiente; el alivio llega y crece a medida que el agua corre en torrente.

 


Me gusta la gran tormenta. La noche trepidante. El viento que ruge. Estallan en el cielo rayos y centellas. En fabulosos flashes, la oscuridad se rompe y se compone con una rapidez inexplicable. Con cada destello el paisaje se ilumina de distinto color y desde diferentes ángulos. A pesar de la angustia que produce esa furia incontrolable de los elementos, el espectáculo es inigualable.

 Ivalopano

viernes, 29 de octubre de 2021

Inundaciones

 


Era el año 1959. Un día de otoño, a fines de marzo, comenzó a llover y continuó no sé por cuánto tiempo. En mis recuerdos están todos los momentos, hasta los más preocupantes, pintados con la luz y la alegría de los inocentes seis años; con la ingenuidad de esa edad, que no permite comprender la gravedad de algunos hechos. 

Llovía. Jugaba con mis hermanos bajo la lluvia. Chapaleábamos descalzos por el campo; al caer con fuerza en algún charco, hacíamos saltar el agua entre risas y gritos de placer; nos levantábamos y seguíamos corriendo, a cada paso, más empapados. El agua chorreaba por el rostro, tapándonos, a veces, los ojos. Nos divertía bebernos el agua que corría por la cara; manotear un poco para despejar los ojos y seguir incansables, saltando y corriendo entre gritos y risas, hasta que mamá ponía fin al juego, llamándonos a secarnos, antes que tomáramos un enfriamiento. No recuerdo haber tenido frío durante esos juegos.

Cuando en algún momento, paraba la lluvia y salía por intervalos, el sol, jugábamos en el campo ya inundado por el río. Estaba a pocos metros de la casa. Me gustaba tenerlo dentro de la huerta y entre los naranjales. Pero, me angustiaba verlo avanzar hasta alcanzar las "bocas" de los hornos de ladrillos de mi padre; ver cómo crecía hasta cubrir las "pilas de adobe", prontos para la "quema"

A veces pescaba con mi hermano. Con una cañita y anzuelos sacábamos algún pejerrey, ahí nomás, casi frente a la puerta.

Después, bajó la temperatura y no podíamos salir. Entonces mamá cocinaba boniatos al vapor. ¡Qué ricos! Eran de la cosecha sacada justo a tiempo, antes que empezara a llover. En algún momento, mi hermano y yo salíamos corriendo bajo la lluvia, y manoteábamos alguna mandarina que pendía del arbolito, frente a la puerta de la cocina, al alcance de la mano. Estaba aún sin madurar, pero sí, lo suficientemente dulce y olorosa como para comerla entre chasquidos y "caras agrias".

En la tarde dejaba de llover y salía el sol un rato. Pero el río seguía avanzando a gran velocidad.

Un día, llegó un agente policial y estuvo conversando con mi madre, tratando de convencerla para que saliera con tiempo de allí, que fuera para el centro del pueblo. Dijo que el agua llegaría a cubrir la casa, que tendríamos que ser evacuados. Mi madre miraba todo lo que tenía que sacar de la casa y pensaba que no podía mudarse en ese momento. Estaba encinta de su quinto hijo, tenía un bebé de once meses y tres niños aún chicos.

Mi padre estaba construyendo la casa en Blanquillo, un pueblo del otro lado del río Negro, en Durazno.

En aquellas cavilaciones andaba, cuando llegó la madrina del pequeño bebé, con un camión muy grande. "Vengo a buscarla comadre, usted no puede quedarse aquí sola con todos esos niños", dijo. Por más que mi madre explicara que había muchas cosas que arreglar, que no se podía organizar una mudanza en un rato, la comadre comenzó a juntar todo. 

El caso fue que, a la tardecita estábamos con los muebles y demás enseres, en su casa. Llevamos varios jaulones con pollos y gallinas; cajones de boniatos, zapallos y papas; ristras de cebollas y ajos; en fin, todo lo que había en el galpón, menos las herramientas grandes, arado, rastra y otras cosas como los recados y aperos de los caballos. Todo, menos a Tifón, el perro. No fue posible hacerlo subir al camión. El se quedó. No se sabe qué hizo cuando el agua alcanzó el techo de la vivienda, pero supimos que vivió muchos años con unos vecinos, después que nos fuimos del pueblo.

Algunos datos de esa época: haz clic acá

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viernes, 22 de octubre de 2021

Otoño

Estoy mirando la ciudad mojada a través de los cristales empañados de la ventanilla. El paisaje pasa ante mis ojos, raudo y policromado. Cae dorado el otoño en hojas temblorosas, que vacilantes e indecisas se acomodan, cubriendo las veredas y calles de la ciudad. Es una alfombra movediza que el viento reacomoda a cada instante. Mariposas doradas que planean zigzagueantes de la copa al suelo, en un continuo deshojar, y dejan al descubierto los desnudos brazos grises de los árboles. El otoño, en todo su despliegue de colores, tapiza las veredas de hojas que nadie observa y todos pisotean, indiferentes a la belleza, a la gracia de la última danza que nos brinda cada una al caer.

Estoy absorta ante el encanto sutil de la lluvia y maravillada por la belleza de los colores, grises y dorados, que nos regala este día mojado. La gente se apresura y frunce el ceño. Todos pasan ensimismados, ausentes, en medio de este mundo encantado, de temblorosos paraguas, pies mojados y caras frías. La lluvia le impone un carácter de prisa al movimiento de los transeúntes.

Me gusta la lluvia. Observar un paisaje mojado, tiene una gracia que muchas veces no apreciamos. Cuando era muy joven el otoño me daba pena, me inspiraba cierta angustia, porque era el preludio del invierno, de las noches frías, del viento, de los días sin sol, de quedarse adentro. El invierno era un poco como morir. Ahora, los años han pasado. El otoño me gusta y también el invierno.

La vida me ha enseñado a gozar de las cosas simples, a disfrutar de lo cotidiano, a descubrir lo bueno en todo y en cada lugar y momento. Todo tiene belleza, o el encanto de su fealdad.




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  Hola. Tengo tanto para contarte. Han pasado muchas cosas buenas , lindas, desde que te fuiste. Cada día y en cada momento intenso, te pien...

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