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lunes, 10 de octubre de 2022

Una historia sin final (III)

 CAPITULO III

Una visita inesperada. A poco tiempo del regreso


Para Andrés y su familia, regresar fue muy fácil. Llegaron a Uruguay en pleno invierno, a mediados de julio. En Holanda empezaron las vacaciones de verano. Tal como lo habían planeado desde el primer momento, en cuanto empezaron las vacaciones, empacaron sus cosas y partieron. La alegría de los niños era indescriptible. Ya sabían muchas cosas de Uruguay a través del relato de sus padres, por lo que la curiosidad por ver todas esas maravillas que ellos contaban, los llenaba de entusiasmo. Ya habían alquilado un apartamento en Montevideo para el primer momento. Luego buscarían con calma un buen lugar para comprar una casa. En el aeropuerto los esperaban los padres de Andrés y de Sandra. Se dirigieron en primer momento a la casa de los padres de Sandra que contaba con mucho espacio y grandes patios para los niños jugar. Se quedarían unos días con ellos para que los abuelos disfrutaran también de sus nietos, antes de ubicarse en el apartamento de Montevideo.

Andrés se puso en contacto enseguida con sus antiguos compañeros, quienes organizaron un asado en casa de Carlos, otro de los amigos de toda la vida, quien a su vez es hermano de Mónica. Ella fue un amor secreto de su juventud. Amiga de todas las horas, compañera de lecturas y con quien compartía horas de pinturas y charlas interminables, hasta antes de irse del país. Ahí, en esa reunión de amigos, ya le ofrecieron trabajar en una empresa en la que trabajaba Carlos y dos de los otros muchachos. Según ellos, faltaban choferes. Andrés ya se había desempeñado como Chofer en la misma empresa antes de irse, así que fue muy fácil reinsertarse al trabajo.

Habían pasado algunos meses desde que empezó en la empresa. En uno de los viajes lo enviaron a La Ciudad de la Costa. Cuando entró en la zona, tuvo la necesidad de verla.

Y apareció en su puerta como la cosa más natural.

Hacía muchos años que no se veían. Mónica sabía algo de él, por lo que su madre le contaba en sus conversaciones. Pero no sabía que había regresado.

Andrés aparece en la casa de Mónica con cualquier excusa. No importa “iba de paso y llegué a saludar”. Apenas unos minutos, dice que no puede detenerse mucho, que lo esperan, que está trabajando.

—¿Estás trabajando?  —pregunta Mónica. —¿Volviste al país?  

—Sí. Ya hace unos meses que nos vinimos. Antes de que los chicos sean adolescentes, que es una edad en la que es más difícil separarlos de sus amigos y sus estudios. Llega un momento que a pesar de que se vive bien, la nostalgia te carcome el alma y tienes que regresar antes que te enfermes.

Es un momento precioso para los dos. Se abrazan con el cariño de siempre. Se miran a los ojos un instante y ambos saben que no olvidaron. Esos pocos minutos son suficientes para reactivar la emoción en su corazón. Fue una visita muy breve. Andrés se va con una tibieza muy agradable en el pecho. Siente que sigue vivo, que es capaz de experimentar ese cosquilleo en el estómago. ¡Ah, cómo le gusta esa mujer! No ha podido olvidarla. Recurre a este recuerdo que ha tratado de guardar con lujo de detalles en su memoria, cada vez que queda solo y en silencio. Rememora cada detalle, podría decir qué tenía puesto, cómo eran sus zapatos, sus manos, su peinado, su ropa, su perfume. Grabó todo para poder utilizarlo en su soledad, como un verdadero bálsamo que calmará su angustia.

Regresa a la casa a la hora acostumbrada. Pero hoy se siente feliz, entra sonriente. Saluda a sus hijos y le da un beso en la boca a Sandra.

—Hola —dice, con una sonrisa.

—Hola. — Responde ella —¿Qué ha pasado?

—¿Por qué?

—Te ves muy contento.

—Nada. Lo mismo de todos los días. ¿Qué has hecho de rico? —Se apura a cambiar de tema.

Ella, se alegra al verlo contento y no indaga más.

Esta alegría le mantendrá inspirado por varios días. Trabaja en una novela que no avanza casi. Sandra observa el detalle cada vez que entra al taller a limpiar. Este lugar, se parece mucho al que tenía en Holanda. Es, tanto taller para sus pinturas, como el lugar para el escritorio y biblioteca. Allí también escribe. Andrés acostumbra a imprimir cada vez que termina un capítulo. Así que ella puede ver que no ha avanzado. Al menos no hay nada nuevo sobre la mesa. Antes, no utilizaba computadora, y era más fácil fisgonear en sus temas. Ahora tiene que esperar que haya algo impreso, para espiar en su novela. Su actitud frente a este trabajo artístico de Andrés, es así, escudriña en secreto. Quiere descubrir algo que él oculte, y cada vez, se ve defraudada, no encuentra nada raro, salvo que las historias son fantasía, no hay nada que se parezca a ella o algún hecho que se parezca a su vida real.

La cena se realiza en un ambiente distendido. Los chicos se retiran antes y quedan ellos solos en la mesa. Durante un rato, la charla transcurre sobre temas domésticos, sin importancia. Al final, la conversación languidece y Andrés se levanta, ayuda a recoger la mesa.

—Voy a trabajar un rato en mis cosas —dice, y se retira al taller. Hoy continuará con su novela, se siente inspirado.

 Sandra lo ve entrar en ese lugar, y sabe que estará horas sumergido en sus cosas. Otra vez tiene esa sensación extraña que no puede definir. Es como si lo perdiera cada vez que él entra allí. Ella siente que en ese lugar, él está con alguien; sabe que es un fantasma, es un ser invisible que se lo roba cada vez que él pinta o escribe, incluso cuando lee o escucha música. Se aleja a otros mundos desconocidos para ella, en los que siente que no tiene lugar. Se mantiene con esa sensación mientras él permanece allí. Al fin, emerge a la realidad, abre aquella puerta y sale. Se ve tan tranquilo. Es el mismo, no ha cambiado, pero ella lo observa y trata de ver algún indicio, algo diferente en él. Sabe que mientras está allí, no está con ella, es un desconocido, es como si lo perdiera. Siente que no puede competir con las heroínas de sus novelas o las mujeres de sus cuadros y también intuye que no es ella quien inspira sus poemas de amor.

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