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miércoles, 12 de octubre de 2022

Una historia sin final (V)

 CAPITULO V

El broche de nácar.



Han pasado los años. Los chicos ya son mayores y viven solos en la ciudad.

Sandra habla con su psicoterapeuta.

—Hace unos días, al volver a casa, luego de hacer unas compras, escuché voces y risas en el taller. Sabía que Andrés estaba pintando, pero me sorprendió que no estuviera solo. Es más, pensé que serían los chicos que habrían venido de visitaNo eran ellos. Era Mónica, su amiga de toda la vida. Cuando entré al taller, ambos observaban de cerca el lienzo que estaba en el caballete y hablaban con entusiasmo sobre alguna técnica. Desde la puerta los veía de espaldas, ella tenía el pelo recogido en una media cola con un broche de nácar con forma de mariposa; cada uno con un pincel en la mano señalaba el borde superior derecho del trabajo. Andrés explicaba y Mónica hacía movimientos sin tocar el lienzo. Entendí que allí había algo muy profundo, había una comprensión, una sintonía especial. No me oyeron entrar. Intenté hablar por encima del entusiasmo de ambos y justo en ese momento, ellos estallaron en risas y se confundieron en un abrazo apretado. Andrés levantó la vista, me vio. Se apresuró a soltar a Mónica y a presentármela, un poco tenso. Ella saludó con afecto, como si me conociera de mucho tiempo; me sorprendió porque no esperaba un saludo tan cálido. Traté de mostrarme amable, esforzándome por ser atenta y demostrar interés en la conversación. Es una mujer de aspecto muy seguro, aparenta tener unos sesenta años o más. Se ve arreglada, viste con buen gusto y es de trato alegre y ameno. Más tarde le mostré el jardín, el pequeño invernadero y conversamos largo rato sobre plantas y flores. Por momentos pensaba que la conocía de antes. De pronto ella miró el reloj y dijo que se tenía que ir. Andrés insistía para que se quedara a almorzar, pero ella declinó, y prometió que lo haría otro día. Al despedirse abrazó a Andrés como supongo que lo haría en sus épocas de adolescentes. El respondió con la misma efusividad, sin preocuparse de que yo lo observaba. Mónica se despidió de mí, también con un abrazo muy afectuoso, y me invitó a su casa.

—Tienes que ir un día de estos, a mi casa. —Dijo. —Verás las flores que cultivo, te van a encantar y puedes traer las que quieras para plantar aquí.

Agradecí, con sinceridad. Estaba, en cierta forma, cautivada por esa mujer. Es más, hasta por momentos me sentí mal, por tener pensamientos de desconfianza hacia ella. Es una buena amiga de toda la vida, me dije. Pero, aun así, me pone mal ver esa complicidad con Andrés, que yo, con tantos años de matrimonio, no he logrado. Cuando lo veo pintar, me parece un extraño, no conozco esa persona, siento que es alguien distinto y lejano. Es una sensación muy rara, porque desde que lo conocí, hace ya cuarenta años, lo he visto pintar casi a diario. Sé que me dirás que ya hemos trabajado sobre el tema de los celos. Lo entiendo. Los celos son sin fundamentos, se basan y crecen en lo que suponemos y no en lo que es la realidad. Lo sé. Pero no puedo dejar de sentirlo. De manera intelectual, lo comprendo, pero la emoción dice lo contrario. Bueno. El caso es que ahora, Mónica vive cerca, alquiló un pequeño apartamento a unos dos kilómetros de nuestra casa y la encontrarnos con frecuencia en el supermercado, o viene con un bosquejo para discutirlo con Andrés. Cada vez que ha venido a casa, trae algo para mí. Una vez, una planta, otra vez una mermelada casera, otro día un pequeño mantel pintado a mano. En fin, me demuestra empatía. Y me quedo “fuera de lugar”, porque no puedo corresponder con la misma amabilidad. Conversamos de cualquier cosa durante un rato, pero, como ella viene para hablar con Andrés, la dejo en el taller y me retiro. Es decir, me quedo un rato, miro lo que hacen, pero son temas que ellos entienden y yo no, por lo que opto por retirarme.

—Sandra —dice la psicóloga —en todos estos años Andrés no te ha dado motivos para creer que te pueda ser infiel. ¿Comprendes que esos fantasmas están sólo en tu imaginación? Hemos hablado muchas veces cómo actúan los celos en una relación de pareja. Lo hemos trabajado, sabes que te hacen ver las cosas más inverosímiles, como reales.

—Sí, lo sé. Necesitaba contarte lo que me pasa con Mónica. La observo y no encuentro nada que me haga pensar que entre ellos haya algo pecaminoso. Pero no puedo confiar en ella. A veces pienso que es mi intuición la que me advierte y me alerta. Y otras tantas, yo misma me recrimino por no poder alejar esos fantasmas de mi cabeza.

Luego de la sesión con la psicóloga, Sandra vuelve a su casa, a pie. A pesar que la consulta está a más de tres kilómetros, es una forma de distenderse y pensar en el asunto,  más tranquila. No obstante, se da cuenta que, de manera casi inconsciente, busca el parecido de Mónica con las mujeres de los cuadros que ha pintado Andrés y no puede asociar ningún rasgo parecido. Mientras camina, logra calmarse y asimilar los consejos de la psicóloga. De pronto, surge en su memoria, el broche de Mónica. Ese peinado con ese broche, lo ha visto en alguno de sus cuadros, y una mariposa en varias de sus pinturas aparece de una forma u otra. 

Ya en la casa, están sus hijos que acaban de llegar y charlan alegres con su padre. Esto hace que no vuelva a pensar en el tema. El resto de la tarde transcurre en un ambiente alegre y distendido.


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