Llueve sobre los campos; sobre frutales; llueve sobre la huerta, y los rosales. Es la bendición del agua que nutre, en silencio, como sin darse cuenta. La lluvia tiene el encanto de la calma, del refugio, del sosiego. Llueve y suena sobre los techos de chapas; invita al sueño. Llueve. La tierra exhala ese aroma tan particular: “olor a tierra mojada”. Luego de la gran sequía, la ansiedad se respira en el ambiente; el alivio llega y crece a medida que el agua corre en torrente.
Me gusta la gran tormenta. La noche trepidante. El viento que ruge. Estallan en el cielo rayos y centellas. En fabulosos flashes, la oscuridad se rompe y se compone con una rapidez inexplicable. Con cada destello el paisaje se ilumina de distinto color y desde diferentes ángulos. A pesar de la angustia que produce esa furia incontrolable de los elementos, el espectáculo es inigualable.
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