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sábado, 8 de octubre de 2022

Una historia sin final (II)

 CAPITULO II

 En la casita de la playa.



Mónica ha ido en cada oportunidad que ha podido, hasta la casita de la playa. Cada vez que tiene una novela en manos, busca un momento de recogimiento y silencio. Con cuatro niños correteando que van y vienen por la casa en un movimiento continuo, es imposible tener un momento de concentración para poder escribir. Por eso, mientras ellos permanecen en la playa con su hermana, puede estar tranquila. Sabe que con Ana están mejor que con ella misma. Los cuatro quieren y respetan mucho a la tía. No le hacen travesuras y menos en el agua. Ana no les perdona, a la mínima desobediencia, "se termina la playa, vuelven a la casa y no hay más juegos. Ana sabe que Mónica está escribiendo y se ofrece a llevarlos a jugar un rato. Es un lugar precioso con la playa allí nomás. Puede verlos desde la ventana. Ana busca un lugar tranquilo, lejos de las rocas, donde puedan jugar sin riesgos. También están allí sus dos hijos, con edades muy similares a los suyos. Se llevan a las mil maravillas y se divierten. Se pierde en sus pensamientos mirando aquella playa. Hace tantos años, en su adolescencia venía con Andrés a este lugar, pasaban horas pintando o leyendo sus borradores, intercambiando ideas y definiendo personajes. Estuvo muy enamorada de él, pero nunca se lo dijo. Todavía recuerda su despedida en el aeropuerto cuando él viajó hacia Holanda, por trabajo. No pensó que se quedaría a vivir, que se casaría allá. Fue muy duro comprender que no la amaba como ella a él. Y como cada vez que piensa en Andrés, no puede evitar recordar aquella tarde. Hacía unos años que no se veían y él vino de visita para fin de año. Pasaron las fiestas juntos, en familia. Pero lo que se ha quedado a fuego en su recuerdo es aquella tarde en esa playa. Allí se amaron por única vez. Esa tarde cada uno supo cómo se sentían las manos del otro sobre su piel, cómo sabían sus besos, miles, muchos, muchos. No se dijeron “te amo”. No era necesario. Ella lo amó desde la adolescencia y pensó que él sentía lo mismo. Por eso, al enterarse que se casó en Holanda después de aquel viaje a Uruguay, no podía entenderlo. No entendía, hasta el día de hoy, por qué la besó y por qué hizo el amor con ella, si sabía que no volvería y que se casaría allá. Cada vez que recuerda aquel momento íntimo, irrepetible, no puede evitar sentir que fue humillada. Aquella playa, guarda en su paisaje, de alguna manera, la esencia de aquél día. Desde la ventana, mientras mira a sus hijos que juegan con los primos, piensa cómo hubiera sido su vida, si él no se hubiera ido y si hubieran podido amarse, estar juntos hasta hoy. De pronto se retira algo turbada, no debe pensar eso. No tiene sentido. Mira el escritorio. Vuelve al trabajo. Se sienta y relee lo escrito. De pronto, esta historia que cuenta ha perdido sentido. Respira profundo varias veces y se dispone a continuar. Se queda, no obstante, varios minutos estática ante el texto a medio escribir, quizás ordena pensamientos. Pone las manos sobre el teclado, pero permanece inmóvil. La saca de este estado el ruido de las voces y risas de los niños que vuelven. No aprovechó el tiempo que estuvieron en la playa. Se perdió en sus pensamientos y recuerdos. En fin. Algún día plasmará esa historia de amor en una novela. Pero cada vez que lo intenta, la emoción es muy fuerte y comprende que aún no ha tomado distancia del tema como para poder escribir con objetividad. Durante mucho tiempo lo extrañó. Echaba de menos, esos ratos que compartía con Andrés, cuando bajaban por el camino hacia esta misma playa y allí sobre las rocas colocaban sus caballetes y pasaban horas pintando, muchas veces, sin hablar, cada uno inmerso en su bastidor. 
La vida continuó su curso. También se casó, vinieron los hijos y volcó su empeño en sacarlos adelante. Un esfuerzo casi sin el apoyo de su marido. Un tipo indiferente a las necesidades de la casa y la familia. Ella es quien lleva toda la tarea. También se ocupa de lo que concierne a la atención y educación de los hijos. Él no participa en nada. Cada vez que hay que llevarlos al médico, al dentista, es ella quien se ocupa. Muchas son las oportunidades en que Mónica se pregunta por qué sigue casada con él. Y razona que no es malo, es trabajador y lo que gana lo deja en los gastos domésticos. Pero ella no puede contar con él para paseos, salidas de grupo, acompañarlos a la escuela, asistir a las fiestas o actividades escolares. Incluso cuando tuvo la presentación de su primera novela, que para ella fue un acontecimiento importantísimo, tampoco él asistió. Adujo que no entendía de esos temas, que se sentiría fuera de lugar. Otras veces dice que no quiere ir, o que tiene que reunirse con los amigos. Esas reuniones son en el bar. En varias oportunidades ha vuelto de allí, borracho. Ella ha tratado de minimizar la situación ante los hijos que por suerte todavía son pequeños y no prestan atención. En varias oportunidades le ha contado estos hechos a Susana, su amiga, quien le ha dicho que está muy claro que Augusto es alcohólico. Que debería buscar ayuda y tratar de salir de esa situación. Ha mencionado la posibilidad de divorcio. Mónica ha rechazado esa idea porque cree que no es para tanto, que él cambiará. Y en alguna oportunidad ha hablado claro con él, ofreciéndose para acompañarlo para tener alguna consulta médica, en busca de una cura para ese problema que ya se vislumbra. Él dice que no es alcohólico y que toma alguna copa con los amigos, nada más, le quita dramatismo al asunto. Ella respira resignada y se vuelca en su trabajo.

Su hermana, también le ha hablado de la posibilidad de un divorcio.  ¿Nunca pensaste en divorciarte? —dijo un día en que Mónica le contaba lo que pasaba con Augusto. Pero cada vez que lo veía llegar borracho, lo pensaba un instante y de inmediato lo rechazaba, segura de que hablaría con él cuando estuviera sobrio, lo entendería y buscaría ayuda. Cada vez que trató de hablarlo, él le restó importancia y prometía que ya no pasaría.

Sale de estas cavilaciones y empieza a ayudar a Ana que ya se dispone a preparar la mesa. Los niños están jubilosos de estar juntos y tienen tema de conversación para rato. Las hermanas acomodan sus sillas, apretadas entre ellos y la comida transcurre en un ambiente alegre y distendido. Ambas, se han ayudado siempre. Han sido muy unidas. Cada una sabe los problemas y necesidades de la otra. Entre ellas no hay secretos. Luego de la comida, ambas se encargan de recoger la mesa, los niños lavan los platos y guardan. Con ese trabajo en equipo la tarea fue apenas unos minutos. Luego, se van a jugar al patio exterior bajo los árboles. Las hermanas, se sientan a tomar un café.

—¿Pudiste aprovechar un rato para escribir? —preguntó Ana.

—No, casi nada. Es decir, nada. Me puse a mirar por la ventana y “me fui”. Cuando estoy acá recuerdo tanto a Andrés. Creo que sigo amándolo. No he podido olvidarme de él.

—Hace tanto tiempo que pasó aquello que ya deberías haberlo quitado de tu cabeza —dice Ana.

—Si... de mi cabeza, pero de mi corazón no lo he logrado. No he tenido más noticias que las que me ha contado su madre cada vez que nos vemos. Tiene dos hijos y está muy bien en Holanda. Se casó con una chica uruguaya y por lo visto es feliz. Está mal que lo diga, pero eso me da rabia, me da celos. No tiene sentido que diga esto, pero es lo que siento. Ella tuvo más suerte que yo. Logró casarse con él. Yo lo quise toda la vida y él solo me veía como una amiga.

—¿Estás segura que sólo como amiga?   —Dice Ana.  —¿Cómo explicas lo que pasó aquel día en esta playa?

—Muchas veces le he buscado una explicación, pero no lo entiendo. Después de esa visita, enseguida se casó, está claro que ya tenía la novia en Holanda.


viernes, 7 de octubre de 2022

Una historia sin final (I)

 CAPITULO I



Preparando el regreso

            Mientras prepara el lienzo en el caballete, Andrés ya tiene en mente toda la imagen que allí plasmará. En la mesa, muy cerca, al alcance de la mano está todo dispuesto. Un florero de loza y otros recipientes repletos de pinceles de varios tamaños. Frascos y pomos de colores en grandes cantidades. Se respira en el ambiente el olor de las pinturas y barnices. Existe allí una especie de desorden con cierto sentido, aunque esto parezca incoherente. En un rincón, un escritorio con varios libros y cuadernos apilados, sin aparente orden. Una computadora, una impresora en una mesita auxiliar. En una estantería dispuesta en la pared contigua al escritorio, muchos libros bien ordenados y una antigua máquina de escribir mecánica. En el estante más bajo, varias cajas de diferentes tamaños, con etiquetas. Cerca de la ventana abierta de par en par, un sillón con el tapizado bastante viejo y gastado; una lámpara de pie, colocada casi tocando una pequeña mesa redonda con patas largas que tiene encima un enorme libro “gordo” que casi la cubre. Una música suave llena el lugar, invita a la calma. Andrés acerca un taburete alto y se encarama en él con un pincel ancho y chato en una mano y en la otra un gran pomo blanco. Mira absorto un rato el lienzo y de pronto comienza a dar fuertes pinceladas blancas.

Llegó a Holanda hace unos quince años. Trabaja duro en una fábrica donde su amigo de la infancia es encargado de personal. Este fue el primero de sus amigos en emigrar y también, quien lo convenció para que viajara a este país aunque solo fuera para conocer. Tanto le gustó que se quedó a vivir. Unos años más tarde, se casó y tuvo dos hijos. Pero, aun así, no puede evitar ese desasosiego que le invade cada poco tiempo, con una sensación de vacío que no logra explicar. Es un hombre corpulento y alto, de cabellos blancos, a pesar de su juventud. Esto le da aspecto de mayor. Su esposa, Sandra, dice que eso le da una apariencia muy interesante. Y como a ella le gusta ese aspecto de su marido cree que a todas las mujeres que se le acercan por cualquier motivo, también les gusta y se pone muy celosa.

Comienza a cubrir su lienzo con ese color base. Luego de un rato se detiene y permanece varios minutos mirando nada. Cada vez que se pierde en esos pensamientos, vuelve a sentir la necesidad de regresar. Ya hace un tiempo que lo viene pensando. No sabe cómo decirle a Sandra. Piensa que ella no querrá regresar. A pesar de que sus hijos son holandeses, quiere llevarlos a su país, quiere que crezcan en Uruguay. Hay momentos en que no soporta la distancia, la nostalgia. Echa de menos hasta los más insignificantes detalles. Imagina cómo plantear el tema para convencer a Sandra. A su vez, comprende que no debe dejar pasar mucho tiempo. Es necesario hacerlo mientras los niños son pequeños. Después, ya mayores, no querrán irse.

Sandra es una mujer de rasgos delicados, figura pequeña y delgada. Se dirige al taller para avisarle que el almuerzo está listo. Se detiene al verlo absorto ante el caballete. Duda un instante, sabe que puede cortar ese hilo de inspiración que nunca entenderá. En ese momento él se acomoda en el taburete y apoya sus manos en las rodillas. Parece que se va a quedar así para siempre.

—El almuerzo está listo, amor —dice ella sin levantar la voz.

Andrés se vuelve.

—Pasa —dice —estaba pensando en ti.

Esto le encantó. Cada vez que lo ve frente a un lienzo, sabe que no piensa en ella.

—¿En mi...?

—Sí. Ven. Siéntate —dice al tiempo que le indica otro taburete.

—¿Pasa algo, amor? Te veo preocupado.

—Lo estoy. Pero no me pasa nada. Es que hace tiempo que quiero hablar algo contigo, pero no sé cómo lo vas a tomar.

—Dime. No me asustes.

—No es para asustarse. Es que... verás... Estoy pensando en volver a Uruguay. ¿Qué te parece a ti?

—¿Qué me parece? ¿Que, qué me parece? —dice ella casi gritando y riendo al mismo tiempo.

—Si.

—Me parece lo máximo. Sabes cómo extraño yo nuestro mundito de allá.

—¡Ah! Me has dado una alegría. No me animaba a decírtelo por temor a que no quisieras volver. Además, deberíamos hacerlo ahora que los niños son pequeños todavía, porque cuando sean más grandes, tendrán más amigos, sus estudios, alguna novia y esas cosas, no querrán irse y nos tendríamos que quedar para siempre. Y no me veo envejeciendo lejos de mi país. Aunque esto parezca una tontería de retrógrados.

—Te entiendo y me encanta que me lo hayas dicho. ¿Cuándo crees que podríamos irnos?

—Esperaríamos que ellos terminen el año y nos iríamos en las vacaciones de verano. A ellos les va a encantar porque vamos a llegar allá en julio o agosto. Y no empezarán las clases hasta marzo. Ese tiempo lo utilizaremos en pasear un poco y enseñarles nuestro país. Y con el idioma no tendrán problema porque lo hablan en casa y en la escuela tienen clase de español. Verás que estarán encantados. Ya les hemos hablado tanto del Uruguay que casi lo conocen y les va a hacer mucha ilusión ir.

Desde ese momento empezaron a arreglar sus cosas y a vender lo que se pudiera, con tiempo. Poco a poco la casa se fue llenando de cajas que se iban ordenando etiquetadas, algunas eran para vender, otras para llevar con ellos y otras serían donadas. Al revés de lo que pudiera pensarse, ninguno de los dos tuvo dudas al desprenderse de tantos elementos que en varios años fueron acumulando en su casa en Holanda. Una tarde en que estaban guardando cosas del taller y de la casa, Sandra dijo:

—¿Sabes? Es muy raro, pero no me apena dejar nada de esto. En cambio, cuando decidí venirme a Holanda, era muy jovencita y a pesar de que tenía muchas ilusiones, pensaba estudiar y aprovechar otras oportunidades que allá no tenía, me costó mucho dejar mis cosas. Preparé varias cajas y le pedí a mi madre que me las guardara y no las regalara a nadie. Sabía que algún día volvería. Estoy segura que aún deben estar en casa de mis padres.

Y a partir de ese día Sandra tomó la hora de la mañana, en que los chicos estaban en la escuela, para ir organizando libros, ropas que no llevarían, juguetes que ya no utilizaban.

Transcurrían los días. Al mismo tiempo, el cuadro de Andrés iba tomando forma. Esa mañana, mientras él estaba en la fábrica, Sandra entró al taller para guardar libros en cajas que tenía etiquetadas a tal fin. Estuvo un rato en esa tarea. Después, se detuvo mirando el cuadro que permanecía cubierto por una tela de color azul. Andrés los mantenía así hasta que estaban terminados, listos para vender o exponer. Miró la hora en el reloj de la pared sobre el escritorio y comprobó que aún faltaba un buen rato para que él volviera. Se dirigió decidida hacia el cuadro y levantó la tela que lo cubría. Estaba hermoso, pero ella no valoraba eso. Sólo veía la silueta de una mujer que casi oculta detrás del follaje otoñal que, entre dorados, amarillos y ocres, llenaba casi la mitad del lienzo; la figura central de la escena era una mariposa que copiaba los colores casi exactos del árbol, mientras las hojas que caían, salpicaban un fondo de flores de distintos colores. Esto se destacaba sobre el cielo de un azul intenso. Sandra sintió que odiaba a esa mujer que casi oculta, dejaba ver un solo ojo que observaba muy abierto a la mariposa. Grandes hojas amarillas ocultaban en parte su rostro y el vestido blanco con algunos detalles en rosados y lilas. Hermosa. La odiaba más. Su marido pintaba en casi todos sus cuadros una mujer que no se parecía a ella. Eso la hacía sentir muy mal. ¿Por qué él no pintaba su imagen? ¿Es que esa mujer era alguien de su pasado? Esto le preocupaba y muchas veces lo había hablado con su mejor amiga, Rosario, quien a su vez, como sicóloga, le explicaba que los artistas pintan sus fantasías, son creativos.

—No significa que esa figura sea alguien especial —había dicho. —No te angusties, no es nada. Es más, es posible que esa figura femenina que con frecuencia aparece en sus cuadros, sea la personificación de “lo femenino” sin ser nada específico. Andrés te quiere. Confía en él.

Pero a pesar de todos sus consejos durante tanto tiempo, no había logrado dominar sus celos. Tomó el celular y le envió una foto del cuadro a Rosario. Casi al instante sonó el teléfono. Rosario se oía entusiasmada.

—Bellísimo, amiga. No me digas que no ves la belleza de ese cuadro. Es que Andrés es genial. Me encanta.

—Ya sé que está lindo. Pero me pone enferma ver esa figura de mujer en sus cuadros.

—Olvídalo. Y por favor, aprecia el talento de tu marido, Sandra. Es hermoso ese cuadro. Lo venderá enseguida.

Habló largo rato con Rosario, hasta que sintió el ruido del coche que entraba al jardín. Apenas tuvo tiempo de cortar la llamada, cubrir el cuadro y reanudar la tarea de acomodar los libros.

Andrés traía un gran rollo de papel de embalar. 

—Hola. —Tierno, como de costumbre, la saludó con un beso en la mejilla y dejó el rollo sobre la mesa.

—Tengo casi vendido ese cuadro. Apenas lo terminé, le mandé una foto a Rodolfo, el de la Galería y me lo ha pedido. Dice que ya tiene un comprador. Así que este ya se va fresquito. ¿Quieres verlo?

—Claro.

Destapó el cuadro y se quedó mirándolo. Ella trató de demostrar admiración, aunque sus palabras no sonaron muy convincentes. Pero Andrés sabía que no comprendía su arte y que tenía celos de “sus mujeres”. Entonces hablaba sin prestar atención a la sonrisa forzada de Sandra. Después la abrazó y dijo con ternura:

—Tranquila. “Esta” ya se va, y nos traerá unos cuantos dólares.

Su risa despreocupada no pareció convencer a Sandra que miraba el cuadro con recelo. Era algo que escapaba a su voluntad. No podía evitar ese sentimiento de inseguridad que le producían las imágenes femeninas que pintaba su marido. Buscaba algún parecido a sí misma en esos cuadros y no lo encontraba. ¿Por qué no la pintaba a ella, o al menos, alguien que se le pareciera, aunque tan solo fuera en algún rasgo? No lo entendía y eso le producía un gran desasosiego.

Cada vez que Andrés la abrazaba cariñoso, se tranquilizaba, pero en su interior quedaba igual esa sensación desagradable, como de no ser ni siquiera digna de un cuadro. Rosario le había dicho que, por lo general, los artistas pintan fantasías, y no todos hacen retratos. Es muy común que tengan un tema recurrente como es el caso de Andrés, en los que en muchos de sus cuadros aparece una figura femenina, que no siempre es igual y se lo ha dicho hasta el cansancio. No es la misma mujer. Es más, muchas veces no se le ve el rostro porque, o está oculta, apenas insinuada como en este, o se encuentra de espaldas o de perfil donde el rostro no es identificable y son obras de gran belleza y encanto. Además, se venden muy bien. Se esfuerza en ver la belleza en ese cuadro. Es hermoso y la imagen que se insinúa detrás de todas esas hojas de otoño que caen, plasma una bella mujer. Se dice a sí misma que es hermoso y que se venderá enseguida. Esto la tranquiliza. La idea de ya no tener que verla, en cierta forma, le reconforta con una sensación casi de triunfo sobre la figura que pronto tendrá que irse, mientras ella se quedará con Andrés.

jueves, 6 de octubre de 2022

Agua y Luz


 

Un día como tantos, a la hora de siempre. Nada especial. No obstante, algo es diferente. No sabemos qué, pero ahí está rompiendo la rutina, la monotonía diaria, la chatura de una vida insulsa. Un tono, un color, una lágrima, una nota musical, un abrazo, quizás un beso. Eso. Eso que hace que ya nada sea igual, ya nada tiene el mismo color, ni la misma nota, ni el mismo sabor. Hoy todo es luz, luz, luz.

Hay un instante en que estalla de pronto el volcán. Las chispas ardientes se elevan al cielo y ya nada vuelve a ser igual. La piedra cae al agua, rompiendo la quietud. Ya no vuelve a ser igual. Los círculos concéntricos, que se extienden hasta mimetizarse en la nada, también son la misma nada que ya no vuelve a ser igual.

Ese instante que a veces no captamos, es el que pone nuestro paso en el camino exacto, en el momento preciso y en la frecuencia correcta.

Por eso hoy el corazón late con fuerza, la sangre fluye impetuosa hacia un encuentro emocional, hacia una comprensión astral, hacia ese instante en que coincide el fuego y la luz, el agua y la tierra. Ahí y ahora.

Somos leves, muy leves, frágiles, muy frágiles. Flotamos y nos alejamos, como una pluma en el viento. En vaivenes cadenciosos nos elevamos en un disfrute sin límites, empujados por una fuerza invisible. Luego, caemos, pesamos demasiado para continuar y regresamos con la angustia de no llegar, con las ansias de haber querido y no alcanzar no obstante, la luz que buscamos. Nuestra levedad no es tal, o no es, al menos, suficiente.

Entonces lloramos. ¿Por qué? El llanto no tiene sentido. Pero lloramos. Siempre lloramos. Nacimos llorando. Somos luz y agua. Por eso quizás, debemos llorar. Luz y agua. Fuego y agua. Una contradicción. ¿Una contradicción? Tal vez, no.

Hoy es ese momento. En ese instante exacto, daré el paso justo hacia tu camino, en mi camino. Entonces veré tus ojos, verás los míos. Luz y Agua. Y ya nada volverá a ser igual. Ya no. Ya no más nada igual.

 


 

domingo, 2 de octubre de 2022

Sed


 ¡Estuve tan cerca del manantial!

Acerqué mi frente, estiré mis manos, 

percibí la frescura y el sonido

del agua al correr, pero al final

mi sed no calmé, no bebí ni un sorbo.

¿Por qué?

Mirando el agua me quedé

disfrutando del paisaje

y la quietud del lugar.

Mis manos anhelantes

extendidas al vacío,

no llegaron al instante

preciso, en ese rocío

traslúcido, de gotitas flotantes,

que en terrible desafío

me dejan detrás del cristal...

Lentamente me alejé del lugar.

Febril, mi frente,

secas y vacías mis manos.

En silencio, como siempre,

sofocando el sufrimiento; 

sonriendo, sin embargo,

con alegría fingida.

La sed acuciante,

secos mis labios,

la mirada ardiente

en una búsqueda sin par,

y no bebí ni un sorbo,

la sed no pude calmar.

Ivalopano



miércoles, 21 de septiembre de 2022

La taza de té

 

 

De pronto, Mónica despertó como ante el chasquido del hipnotizador. 

La realidad tomó forma en su mente. 

¡No! 

Fue una negativa rotunda. Tuvo que mantenerse firme ante la insistencia de Ignacio. Supo que le hería, pero debía ser fiel a su intuición. Su voz interior, esa que de continuo grita en su mente, era un verdadero alarido: ¡No!

Emergiendo, con los ojos abiertos, de una especie de sopor, miraba aquellos ojos encendidos que se acercaban peligrosos, anhelantes, apasionados, llenos, a su vez, de una gran ternura, y tomó conciencia de lo que realmente estaba pasando. 

Su vida, se había transformado en un desierto en el ámbito moroso. Parecía normal, pero en realidad, todos los aspectos de su existencia estaban marcados por ese gran vacío.

Ahora, Ignacio le confesaba su admiración. Le proponía vivir un romance. Era ésta una experiencia nueva. Sus días siempre iguales y chatos, adquirían un color especial y ese cosquilleo inquieto en el estómago, al saberse admirada, deseada, también era algo nuevo. Hacía ya tantos años que no experimentaba esta sensación, que soñó un poco con revivir o reactivar su vida emocional.

Él, a su vez, vivía una situación parecida en su relación matrimonial. Estas coincidencias, aún sin confesarlas, quizás, fue la afinidad que acercó sus almas. De inmediato se estableció un hilo de conexión especial entre ellos.

Pero para él fue algo que se hizo fuerte, se alimentó de todos los buenos momentos compartidos. Se fue convirtiendo en pasión, en la necesidad de vivirlo a pleno.

Ella, en cambio, ya habituada a esa soledad, llenaba su vida con todo tipo de tareas, los hijos, los nietos, trabajos para realizar en casa, que muchas veces traía de la oficina. No se permitía soñar con volver a enamorarse; ocupaba su mente como para aturdir los latidos de su sangre. De esta manera, según creía, tendría bajo control este tipo de situaciones.

Ahora, él sacudió su modorra, hablando de amor. Amor de amantes. Una palabra que muchas veces cruzó por su mente, como una forma de escape, de alivio al volcán contenido de deseos que era su vida íntima. Pero, así como lo pensaba, lo rechazaba. No creía en la posibilidad de volver a enamorarse. Pensaba que la relación física, para ser satisfactoria y completa, debía ser por amor y con amor. Por esta razón continuó con su vida llena de tareas, pero vacía del amor amante.

Entonces, trató de permitirse soñar, acercarse al abismo mismo de una relación prohibida, ardiente, secreta. Le fascinó la idea. Pero, más allá del razonamiento, más allá de reconocer que se merecía un tiempo de relax, de liberación, su corazón no podía latir por amor. No podría sentir o corresponder como él lo reclamaba o como lo necesitaba.

Entonces, dijo no. No, a soñar. No, a probar la miel que se le ofrecía. No, a abrazar ese otro cuerpo, anhelante y cálido que se acercaba en una verdadera ofrenda de amor. No, a experimentar el desafío final y vital de una tregua consigo misma. ¡No! Y cerró los ojos al amor. Esgrimió la mejor excusa: ambas familias. Los hijos, los nietos, ambos cónyuges, que no merecían algo así. Pero tampoco ellos merecían esa agonía, ese contener las ansias de esta forma, rígida, implacable.

El no insistió. Se sintió desmoronar. No esperaba el rechazo. Todo hacía pensar que se daría al fin, vía libre a la comprensión y el compartir un mismo sentimiento. Sin embargo, ella dijo: ¡No!

No se atrevió a dar un paso más. ¿Por qué? Y ¿por qué no? Porque comprendió que, desde su vida íntima, no sería sincera, no podría amarlo como él lo necesitaba. Solamente sería un juego. Se imaginó en un acto de entrega real y física, íntima, con su amigo y no pudo soportar la idea. No lo amaba, o al menos, no, como él quisiera. A pesar de apreciarlo con verdadero afecto, se trataba de un afecto de amigos, compañeros. 

Sentada ante la taza de té, con la mirada perdida en el movimiento pequeño del vapor que se eleva en espirales tenues, recuerda con ternura y al mismo tiempo con pena, buenos momentos compartidos.

 Hoy llueve. La mañana es gris, fría. Con la taza entre las manos, como si fuera un pajarillo con frío, piensa. ¿Qué pasó? ¿Cuál fue el instante exacto donde se rompió el hechizo?

Piensa. 

Por su mente pasan tantas palabras, miradas de comprensión. Recuerda frases enteras, gestos, sonrisas y hasta alguna lágrima surgida a través de la emoción de algún relato de vida intenso y dramático. No puede determinarlo con certeza.

Recuerda el instante en que Ignacio confesó sus sentimientos y dijo que desde mucho tiempo atrás vivía con la ilusión de hablar de su amor. Sintió ternura y agradecimiento hacia el amigo que era capaz de quererla así, al tiempo que no pudo evitar sentirse un poco defraudada. Difícil explicarlo. En medio del halago que significa saberse amada, admirada, le defraudaba saber que todo ese acercamiento, esa afinidad, la comprensión que había encontrado en él, en realidad escondía un sentimiento algo egoísta. Él confesó su amor, lleno de emoción y ternura, al tiempo que proponía vivir una aventura, una relación secreta, prohibida, todo fuego.

Esto fue un verdadero tornado. Su cabeza "trabajó a mil". No era fácil asimilar tal revelación. El no entendió por qué le impactó de tal forma su declaración de amor. Pero, había una gran diferencia con respecto a sus sentimientos. Mientras él vivía con su amor en silencio desde hacía mucho tiempo, ella tomaba conciencia recién de esta situación. No pasaba por su cabeza, no estaba en sus planes vivir un romance, tener una relación secreta, prohibida. Palabras, a su vez, que subían la adrenalina, era un desafío.

Pero cuando él arremetió decidido a obtener un sí, no pudo. No pudo verlo como un amante. No pudo; lo sigue viendo amigo, un buen compañero de horas amenas, de buenas charlas. Nunca pensó que él podría verla como una mujer hermosa. Y dijo NO.

Aun sabiendo que esa actitud le haría daño, tuvo que ser fiel a sí misma. Ahora recuerda la expresión de sus ojos incrédulos. 

No esperaba una negativa. Creía conocer a esa mujer; sabía de ella, quizás, más que tantas amigas de muchos años. Ya había vivido en sueños, minutos íntimos, cálidos, casi sabía el calor de su cuerpo, el temblor de sus labios, había imaginado hasta el último detalle con gestos y palabras, frases enteras dichas entre suspiros de pasión. Nunca, en sus fantasías, había preparado su corazón para el rechazo. Ese ejercicio mental que diariamente le reconfortaba el alma con palabras de amor, caricias y labios cálidos, no sirvió para apoyarlo cuando ella dijo no.

Sintió que se hundía en un hoyo profundo, cayendo en espirales vertiginosas, hacia la oscuridad. Deseó desaparecer. Había desnudado su alma, había quedado expuesto, dejando ver sus sentimientos más hondos, los que había guardado en silencio durante años.

¿Qué fue lo que lo impulsó a contarle lo que sentía? ¿Por qué no podía seguir amándola en silencio? ¿Por qué echó todo a perder? La miraba a los ojos y no se convencía que dijera que no. La había imaginado tantas veces rendida de amor en sus brazos, entregándole sus labios en un beso profundo y cálido, que le parecía que ésta era otra mujer, no su amada, la que le acompañaba cada noche en sueños. Esta mujer, era real y le miraba, también ella, sorprendida por su declaración.

Pero Mónica no había soñado con su amor, no había imaginado sus manos temblorosas de pasión, ni sus besos. Estaba serena, tierna como siempre, pero fría ante su requerimiento amoroso. Serena y segura, dijo no.

Con suavidad trató de explicar sus motivos. Casi con desesperación buscó en su corazón las mejores palabras y el argumento más convincente para apoyar su negativa. No quería herir a su amigo. Lo vio azorado, incrédulo, aún insistió una vez más, pero reforzó su negativa, colocando una mano en el pecho de él para impedir el acercamiento que pretendía, con expresión anhelante. ¡No! repitió una vez más. Hay cosas que no deben suceder; a veces no hay que dar el paso siguiente.

La taza de té se enfrió entre sus manos. Sus ojos mirando el vacío, veían una y otra vez los ojos de Ignacio.

El sonido del teléfono la devolvió a la realidad. Tardó algunos segundos en acudir a atender. Con el corazón latiendo fuerte, contestó. Una voz desconocida preguntaba por una de las hijas. Respondió de manera brusca, casi sin darse cuenta. Le molestó terriblemente que no fuera él quien llamara. ¿Por qué?

En su casa, él estuvo toda la mañana inquieto, nervioso, anhelante. Revisaba el celular a cada momento, esperando ver un mensaje de ella. Había pasado la noche casi en vela. Todo el tiempo revivía aquellos momentos, sus palabras, su rostro cuando intentó besarla. No podía borrar de su cabeza y de su corazón, aquel hecho. Se levantó varias veces en la noche; no quería que su esposa advirtiera ese desasosiego. No pudo evitarlo. Casi al alba durmió.

Al despertar, volvió la pesadilla a su mente. Si al menos se pudiera volver el tiempo atrás y corregir los errores. Si él pudiera volver atrás el reloj, no le diría nada y continuaría amándola en silencio y en secreto, como desde hacía tanto tiempo.

Pero ya lo dijo y no se puede borrar lo dicho. Un texto escrito se puede borrar, quemar, antes de ser leído. Pero lo dicho, queda ahí, ya no se puede quitar.

Con el celular en el bolsillo, tocándolo a cada rato, espera. Pasan las horas y nada.

Ella respeta el silencio. No quiere forzar la situación. Lo conoce. Cuando haya “lamido” sus heridas, volverá a llamar.

Tomó un sorbo del té ya frío desde hacía mucho rato. Lo imagina triste y preocupado, perdido un sueño. Sabe que sufre, conoce su sensibilidad. Recuerda sus manos intentando un abrazo y conteniendo el impulso ante su rechazo. Sabe que no fue fácil.

Ella también espera un mensaje, una llamada. Nada.

Otro sorbo de té, frío, amargo. Luego aparta la bandeja y comienza a escribir.

En su cabeza surgió la historia completa, con su ternura y con la tristeza de hoy. También intuye un final feliz, una manera de crear la historia de amor que no pudo ser.

¿Cómo se sigue una historia luego de un hecho así? ¿Cómo reanudar el diálogo?

              CAPITULO II

 


La vida transcurre con su ritmo constante y pausado. Nada hace que cambie su curso. Solamente, nosotros, apuramos el paso y queremos ir de prisa. Pero los hechos se suceden en el momento preestablecido para ello, y de forma inexorable nos sentimos frustrados en nuestras expectativas y nuestras ansias. De poco sirve correr si lo que ha de suceder mañana, no hay cómo adelantarlo. Eso es lo que nos angustia y nos desespera.

Parece que caminamos con los ojos vendados. Todos los acontecimientos están allí distribuidos a nuestro paso para verlos en el momento exacto. Pero mientras no llegamos al lugar y el tiempo justo, no podemos verlos, ni saber nada. Esa incógnita es a su vez, el incentivo que nos lleva a investigar y analizar todo.

A lo largo de la vida, a fuerza de luchar contra el tiempo, aprendemos a esperar. Aprendemos que de nada sirve correr, si no vamos a poder adelantar nada. Nada que suceda, será lo que no deba suceder. Todo está allí, sólo tenemos que sintonizar la frecuencia correcta, en el lugar y el momento preciso. Nada más. Pero esto lo comprendemos, a veces, tarde, y desgastamos las fuerzas tratando de apurar el paso, apurar los acontecimientos.

De esta forma, cuando no sabemos cómo seguir, cómo resolver tal o cual problema, sólo es cuestión de esperar. Dejar que el tiempo transcurra normalmente. Si la solución está en el camino, llegaremos a ella justo a tiempo. En la vida todo sucede en su momento exacto.               

Pasaron los días. En silencio cada uno idealizaba al otro. Él soñaba despierto todo el tiempo, y ella anhelaba revivir emociones viejas. Cerraba los ojos y soñaba con el calor de unos brazos que contuvieran su ternura, unos labios cálidos que le hicieran sentir emoción, sentir nuevamente en su cuerpo, el fuego de la pasión.



viernes, 16 de septiembre de 2022

La piedra.

 


La piedra cae al agua; genera una serie de círculos concéntricos que se extienden y extinguen lánguidamente, cada vez más lejos. Queda en la retina ese movimiento circular de uno, otro, otro, y otro... como interminables.

Así cae cada palabra despectiva en tu alma y se va extinguiendo, pero cada una que se extingue se multiplica como los círculos en el agua y se agiganta en tu mente y tu corazón a fuerza de repetir una y otra vez en tus oídos con un eco machacón.

La piedra, no es más grande, ni más pesada, sin embargo, el primer círculo se forma naturalmente y luego se extiende, se agiganta más y más hasta alcanzar la máxima extensión. La piedra más pequeña, genera igual una interminable cantidad de círculos que se agrandan más y más.

¿Cuál es la solución? ¿Cómo evitar esos círculos? Hay que lograr que la piedra no caiga en el agua. O no mirar los círculos que se forman, para que no se queden en la retina multiplicándose interminablemente en la mente y la imaginación. Simplemente oír el chasquido de la piedra al caer al agua y no pensar más en él.

De esta manera, no tendrá más efecto que el pequeño ruido. No habrá movimiento visible, no habrá círculos en tu mente, no habrá más herida en tu corazón.





lunes, 12 de septiembre de 2022

¿Qué ha cambiado?

 


Cuán importante es a veces, decir las palabras justas, en el momento exacto; y cuántas otras, es necesario callarlas a tiempo para no mostrar nuestra vulnerabilidad, para no quedar expuestos, frágiles y trémulos ante el egoísmo, la envidia o los celos.

Ahora, mis ojos buscan aquellos otros… que miran diferente, que ven en mí, quizás lo que ni yo veo. Si en algún momento, nuestras manos se rozan, sin querer, en el movimiento natural de la tarea, o en un saludo, mi piel estará alerta, sensible al tacto, el calor, la suavidad o la rusticidad de esas manos.

De igual manera, mis mejillas estarán esperando el roce de un beso amistoso, cordial, correcto, tratando de intuir no obstante, un énfasis mayor, un instante de prolongación en la caricia.

¿Qué es lo que ha cambiado?

Nada. Y todo. El tiempo ha pasado, cada uno sabe cosas del otro y su vida, que de alguna manera nos une en una especie de complicidad dulce, un poco ingenua, que sin embargo, no queremos perder.

De pronto necesito más que nunca un espacio. Un lugar íntimo, ese sitio, refugio donde sólo quepan mis versos, mis libros y mis sueños. Donde pueda oír la voz que habla directo al corazón. Donde solo estemos Tú y yo… Donde Tú seas la paz, la luz, la voz, la comprensión, la compañía, el abrazo que tantas veces no tengo… Ese abrazo que contiene, ampara y ama…



viernes, 29 de abril de 2022

Gracias, Dimash.

 


En las noches largas, mientras el sueño no llega, pongo tu música y cierro mis ojos. Mi alma, mi corazón y mi mente se llenan de una melodía maravillosa. Transcurre la noche y yo sigo hechizada. Luego, poco a poco, tomo conciencia. Despierto. Y aún antes de poder razonar lo que ha pasado, mi alma, mi corazón y mi mente cantan tu música envolvente y maravillosa.





jueves, 14 de abril de 2022

Abrázame

Dame ese refugio amoroso

que me contiene en el espacio

cálido de tus brazos, 

junto a tu corazón que late.

A esa hora en que todo duerme,

ese momento cuando la calma

abarca el espacio, poco a poco,

cuando el rocío aún no llega,

y la naturaleza aguarda

la brisa que alivia el agobio 

de un día tórrido de verano,

allí estás tú.

Bálsamo que nutre,

que colma las horas vacías,

que trae calma, la música, la paz

y llena de colores el alma mía.

Ivalopano





miércoles, 23 de marzo de 2022

A ritmo constante

 


La vida transcurre con su ritmo constante y pausado. Nada hace que cambie su curso. Solo nosotros apuramos el paso y queremos ir de prisa. Pero los hechos se suceden en el momento preestablecido, y de forma inexorable nos sentimos frustrados. De poco sirve correr, si lo que ha de suceder mañana, no hay forma de adelantarlo. Eso es lo que nos angustia, nos desespera.

Parece que caminamos con los ojos vendados. Todos los acontecimientos están allí distribuidos en nuestro camino, para verlos en el momento exacto. Pero, mientras no lleguemos al lugar y el tiempo justo, no podemos verlos, ni saber nada. Esa incógnita, es a su vez, el incentivo que nos lleva a investigar y analizar todo. 

A lo largo de la vida, a fuerza de luchar contra el tiempo, aprendemos a esperar. Aprendemos que de nada sirve correr, si no vamos a poder adelantar nada. Todo está allí. Sólo tenemos que sintonizar la frecuencia correcta, en el lugar y el momento preciso. Nada más. Pero, esto lo comprendemos, a veces, tarde, y desgastamos las fuerzas tratando de apurar un evento.

De esta forma, cuando no sabemos cómo seguir, cómo resolver tal o cual problema, sólo es cuestión de esperar. Dejar que el tiempo transcurra con normalidad. Si la solución está en el camino, llegaremos a ella, justo a tiempo. En la vida todo sucede en el momento exacto.

Al final, comprendemos que todo ocurre como lo soñamos y porque lo soñamos. Creamos nuestra realidad, de acuerdo a todo aquello en lo que nos enfocamos. Entonces lo que debemos hacer, es soñar con aquello que queremos alcanzar y no distraernos, ni dispersarnos con otras cosas, o en preocupaciones y temores sin sentido.

Si estamos convencidos de lo que queremos, debemos enfocarnos solamente en eso y al final lo alcanzaremos, porque así lo soñamos y porque así lo hemos creado.



domingo, 20 de marzo de 2022

Ese plano sutil

 


Cuando la inmensidad es pequeña, cuando la pequeñez es interminable, cuando el silencio grita dentro de ti, cuando la voz enmudece, cuando tiembla tu mano… respira. Tan solo respira. Eres parte de esa inmensidad, eres interminable en tu pequeñez. Respira.

Respirando… para aquietar el pensamiento, comienzo a elevarme. Es una sensación muy buena la de volar. Me dejo llevar totalmente ingrávida. Me doy cuenta que estoy en mi vuelo buscándote. Creo que, si ambos coincidimos en algún momento, en la frecuencia correcta, deberíamos encontrarnos en ese plano sutil donde el cuerpo no cuenta

jueves, 10 de febrero de 2022

Gracias, por lo vivido.


 Doy gracias a la vida siempre, por lo vivido que fue hermoso. Y eso no se borra. Lo vivido, vivido queda. Lo que no pudo ser, no fue. De una forma egoísta me alegra saber que hay un lugar en tu vida que sigue estando vacío. El solo hecho de pensar que no me has olvidado y que no has podido llenar ese lugar, me reconforta, aunque éste, sea un sentimiento mezquino.

sábado, 5 de febrero de 2022

Dame el poder

 


Oh, Señor!

Dame el poder. El poder de la palabra. De la palabra justa, atinada y precisa. La palabra piadosa. Aquella que llega al fondo mismo del corazón tocado; aquella que abre el entendimiento de la psiquis perturbada; aquella que abre una ventana en la oscuridad, la que hace entrar un hilo luminoso. Aquella que aclare ese tumulto de pensamientos confusos. La que logre aquietar el caos de voces y de llantos. La palabra que transforme el dolor y la confusión en esperanza. Esa que me permita llenar de fe un corazón desolado.


miércoles, 19 de enero de 2022

Jacarandá




Las flores del Jacarandá

se recortan limpias, lilas,

sobre el blanco de las nubes

en un cielo tan azul.

Es la sutil belleza

que en la retina quedará,

y en la memoria emocional

nítida se guardará.

La brisa las mueve

sobre las nubes blancas,

en ese fondo tan azul,

que crea un encanto

hipnótico y visual,

imposible de ignorar.

Ivalopano

domingo, 12 de diciembre de 2021

Allí estarás.




 En algún  lugar del mundo,

quizás hablando otro lenguaje,

habitas una tierra 

de grandes lagos 

y blancas montañas,

en bellos paisajes.

Cuando mi sueño te alcance

allí estarás brillando.

Entonces, buscaré ese nudo

que ajusta, que une y repara.

Volaré hasta ti, y volveré.

Tu tierra, aunque hermosa,

siempre me será extraña.

Amaré tu suelo, tu gente y tu historia

y en la simplicidad de un verso

te diré: "te amo".

Me verás llorando, 

y te diré adiós.

No pretendo que lo entiendas,

es doloroso para los dos.

Ivalopano.



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