Admiro a Dimash, un cantante maravilloso que se está dando a conocer al mundo. Es un ser brillante. Excepcional. En una época de nuestra historia en que todo es frívolo, en que todos tratamos de simplificar al máximo el esfuerzo, él trabaja de forma incansable, desde niño. Músico, compositor desde su edad escolar; sus maestros cuentan que en las mañanas se veía muchas veces, cansado y mal dormido. Porque pasaba la noche componiendo música. Rara vez faltó a la escuela y nunca a sus clases de canto desde los 5 años. Aún hoy, recibe clases de canto, a pesar de ser el mejor cantante del mundo, y la mejor voz del mundo. El no se cree perfecto y sigue esforzándose por ser cada día mejor.
Tiene un rango vocal admirable que va desde el registro más bajo de varítono, a una voz de soprano.
Es un ser humano brillante, muy humilde, admirable. Respetuoso de su público, de su gente, de su familia. En todos sus conciertos se muestra muy cercano a sus admiradores, afectuoso y agradecido.
Toca varios instrumentos entre ellos: dombra, guitarra, piano, batería, xilófono, órgano, ukelele y contrabajo. Canta en 12 idiomas entre ellos: kazajo, ruso, inglés, mandarín, francés, turco, ucraniano, serbio, alemán e italiano y su última canción, IKANAIDE, en japonés. Habla Kazajo, inglés y ruso. Estudia mandarín,
No hay más que verlo en sus conciertos y en cada uno es mejor que en el anterior. Creo que es un ser especial enviado a la tierra para hacernos tomar conciencia.
En esta vocalización, es magistral lo que hace Dimash. Yo, no me canso de escucharla y verlo. Porque hay que verlo ya que todo él canta. Sus gestos, sus manos, la expresión corporal en él es inmejorable. Esta obra, en mi opinión, lo máximo. Cuando termina esta canción, cuesta creer que lo que hemos escuchado sea una voz humana. Es un verdadero instrumento de viento.
Otra verdadera obra de arte, es Stranger. Los músicos, los coros, los decorados, toda la puesta en escena es estudiada, ajustada. Perfecto. Él, en esta obra, inigualable, demostrando en cada nota, la dedicación y el trabajo constante desde niño, para lograr algo así. Todo él canta, desde su cara hasta sus pies. Es tan completo. Maravilloso.
Es un artista, orgullo para su país, dado que muestra en cada concierto sus trajes típicos, sus instrumentos tradicionales, sus cantos ancestrales, su historia. Ha dado a conocer en nuestros países occidentales, una historia desconocida, la del pueblo Kazajo. Kazajistán, su país, se independizó de la ex Unión Soviética en 1991.
En esta canción, aparece en primer lugar el Kobiz, un instrumento tradicional kazajo. Es admirable.
Dimash despliega acá sus dotes de prodigio y gran estudioso, muy trabajador. Los arreglos musicales, el trabajo del coro, crean un ambiente que nos transporta en la historia que va contando de forma tal, que cuando termina la canción, ya no volveremos a ser los mismos. Estaremos asombrados del dominio absoluto de la técnica, más allá de los dones divinos que ya trae.
Otra canción que es espectacular, es Sinful Passion. Toda la canción es hermosa y él muestra sus distintos registros y diferentes matices en esa voz prodigiosa que tiene. Pero el final es apoteósico.
Tan bella, entre tules y encajes; tan blanca, tan fría... tan ausente. NO ESTABAS ALLÍ.
Allí estaba yo, tan sin ti. Sin saber cómo seguir. Estaba allí. Mutilada. Así me sentí cuando te fuiste. Anulada, desolada. Aún saltan mis lágrimas cada día, cuando te pienso. Nos quedaron tantos sueños por cumplir.
Si miramos la cadena de acontecimientos en la vida, podemos comprender la conexión entre los distintos puntos y entender la coherencia en el porqué de cada uno. Nada sucede porque sí. Todo tiene un significado, un motivo, una razón de ser. Todo lo que sucede en nuestras vidas, es lo mejor que puede ocurrir para nuestra experiencia...
Cuando piensas en
mí. ¿Qué te gusta de ese recuerdo?
Cuando pienso en
ti, me gusta recordar tus abrazos largos, muy apretados, y tu voz anhelante
pidiendo que no te suelte, para prolongar aún más ese momento, que siempre es
breve, en nuestras esporádicas coincidencias.
Tenemos una
conexión especial, aunque no aporta y desestabiliza.
En busca del Equilibrio,
vamos errantes, con los ojos cerrados y las manos extendidas. Entonces, surge
algo que nos une, nos atrapa y nos embelesa. Luego nos aleja. Lo mismo que nos
motiva, nos desanima; no permite el encuentro, aunque seamos Almas gemelas. Y
seguiremos separados por los siglos de los siglos, buscándonos, cada uno desde
una dimensión diferente.
Somos tiempo.
Un cuerpo físico, con alma atemporal.
Nuestra vida se valora en tiempo vivido. Medimos los
años, los días, en horas marcadas, cronometradas. Pasamos la vida corriendo
tras un horario implacable que nos empuja a más velocidad, para hacer todo lo
que podamos, antes que transcurra esa vida que medimos.
Tenemos la edad que el
tiempo dice, aunque el alma sigue teniendo 18 años, 20, o 5, o 15. Eternamente.
Cuando tocas con
las manos la tierra, cuando hundes en ella la semilla, y cuando tras la espera,
aparece tímido un pequeño brote, entiendes la comunión, la reciprocidad, la
maravilla de la vida. Sientes que formas parte de ese universo perfecto, donde
nada ocurre porque sí; donde todo sucede en sincronía. Porque sólo basta un
pensamiento, una palabra, para que se convierta en realidad, lo que sólo un
sueño era.
Llueve sobre los
campos; sobre frutales; llueve sobre la huerta, y los rosales. Es la bendición
del agua que nutre, en silencio, como sin darse cuenta. La lluvia tiene el
encanto de la calma, del refugio, del sosiego. Llueve y suena sobre los techos
de chapas; invita al sueño. Llueve. La tierra exhala ese aroma tan particular: “olor a tierra mojada”. Luego de la gran sequía, la ansiedad se respira en el
ambiente; el alivio llega y crece a medida que el agua corre en torrente.
Me gusta la gran
tormenta. La noche trepidante. El viento que ruge. Estallan en el cielo rayos y
centellas. En fabulosos flashes, la oscuridad se rompe y se compone con una
rapidez inexplicable. Con cada destello el paisaje se ilumina de distinto color
y desde diferentes ángulos. A pesar de la angustia que produce esa furia
incontrolable de los elementos, el espectáculo es inigualable.
Barrio
Peñarol.Un lugar con identidad ferroviaria. Con un origen de trabajo y esfuerzo.
El ferrocarril y sus talleres, son el sello de presentación, la carta de
identidad del barrio.
Después de una época de crecimiento, la
empresa de ferrocarriles estatal ha ido decayendo año a año, viendo pasar, no
obstante, muchas generaciones de funcionarios que hemos aprendido a quererla.
En el sacrificio y el
esfuerzo, sin inversiones del Estado, siempre subsidiado, el ferrocarril uruguayo
es el hijo pobre y mal vestido de la familia. Sus trabajadores, también nos
hemos mimetizado con esta forma de subsistir: "como se pueda y con lo que haya".
Hoy en el siglo xxi, (año 2010), está
tambaleante y harapiento. Nosotros, serios y con los puños cerrados, hacemos
fuerza para que no se nos caiga a pedazos. Viajamos en un coche motor del año
1930, sin calefacción y con entradas al taller, para reparación, casi a diario.
Un taller de fines del siglo xix
que trabaja con herramientas de aquella época; que no se ha modernizado ni
actualizado. El ingenio de los funcionarios hace que, aún hoy, esté sobre las
vías, remendado, sosteniendo sus ventanillas, a veces, con un trozo de alambre.
El tapizado de los asientos está lleno de parches. ¡Noble esfuerzo! ¡Y hay
gente que se atreve a decir que los ferroviarios «no le ponemos el hombro» a la
empresa! Otros, creen que, porque plantean proyectos de «renovación», sin
sustento ni inversión, son ferroviarios.
Ser ferroviario
encierra mucho más que trabajar transitoriamente en el ferrocarril; mucho más
que inventar un proyecto ficticio e irrealizable, mientras se gastan buenos
miles en pagar una consultoría, sabiendo de antemano, que no habrá dinero para
la inversión necesaria; mucho más que la teoría hipócrita, que sabe desde el
comienzo, que sólo creará textos y números que quedarán en un cajón, sin sentido
y sin futuro.
Ser ferroviario significa identidad, solidaridad, compañerismo,
más allá del lugar de trabajo; humildad y esfuerzo cotidiano.
La vida del
ferroviario es simple y sencilla como el tren descolorido y ruidoso que corre
sobre los rieles, aguantando
las críticas de los que tienen todas las soluciones, pero, sin embargo,
seguimos igual.
Cuando en el año 2002
dejamos la Estación
Central "General José
Artigas", la casa de la
Administración de Ferrocarriles del Estado (afe), dejamos de existir.
Las
autoridades de la época, unos años antes, en una extraña transacción, «vendieron»
al Banco Hipotecario del Uruguay, la bellísima edificación. Una verdadera joya
de la arquitectura y el arte del ingeniero Luigi Andreoni, construida en una época brillante de la
economía y el comercio de la región.
Este precioso
edificio ubicado en la calle La
Paz 1095 de la ciudad de Montevideo, era el centro de la actividad
comercial y administrativa de la empresa. Allí había cientos de funcionarios que trabajaban en las oficinas, distribuidas en diferentes gerencias. Durante
muchos años, en este lugar, existía un febril movimiento de pasajeros, cargas y
encomiendas.
En el año 2002, cuando
se dispuso la mudanza de su sede administrativa, fuimos testigos impotentes del
desprecio y la frialdad con que las autoridades del momento, dispusieron el
desalojo del rico edificio.
Los muebles, majestuosos, testimonio de la opulencia británica y el buen gusto que da una
rica economía, eran grandes, de nobles maderas, regias terminaciones y lustres
eternos. Verdaderas joyas de carpintería artesanal. Algunos escritorios tenían mecanismos ocultos; bordes tallados a mano, y tapas con incrustaciones en distintas maderas y cuero repujado.
El día que llegó la empresa de mudanzas y comenzó a bajar esos tesoros
a empujones y tirones, arrastrándolos sin piedad, por el corredor de piso de
mármol, y haciéndolos descender la suntuosa escalera, a los tumbos, cayendo de
escalón en escalón, con golpes que nos dolían en el corazón, sentimos vergüenza
ajena ante tal herejía. El daño era equitativo: a los muebles y a los pisos, a
la escalera y a nuestros sentimientos.
Dejábamos muchos años
de vivencias entre esas preciosas paredes adornadas. «Nuestra casa» se iba
quedando vacía. Las oficinas huecas, silenciosas, desoladas: ¿Qué será de mí? —parecían decir—, ¿Qué será de nosotros
ahora? —decíamos.
Han pasado los años.
Cada uno de ellos representa un poco más de abandono para la Estación Central,
y un año más de decadencia para nuestra empresa de Ferrocarriles del Estado.
Los uruguayos tenemos
un defecto educacional. Parecería que lo que pertenece al Estado no es de nadie.
Gran error; lo que es del Estado uruguayo, es lo más nuestro. Pero no todos lo sienten
así, y no se lo enseñan a sus hijos en los hogares; tampoco en las escuelas.
Y ahí está la
preciosa Estación Central "General José
Artigas", en el abandono más ominoso, saqueada. En una especie de cruel
vejación, se han robado sus preciosos mármoles, los adornos, las mamparas de
buena madera y excelente artesanía. La lluvia ha hecho
estragos. Las aberturas, los vidrios rotos, dejan ver los cielorrasos caídos,
colgando como jirones. Verdaderamente, para llorar…
Sé de qué hablas;
conozco ese hueco vacío y frío que nada llena. Ni la música, ni el ruido de la
casa. Sé de qué hablas: sólo callar y seguir, sin pensar, ni reír.
Conozco ese
lugar donde mora la tristeza que te atrapa y te lleva en silencio a su mundo gris.
¿Sabes? A veces te suelta y logras saltar, pero lo que hay del otro
lado, te da miedo. Prefieres callar: con lágrimas, intentar dormir y no poder
calmar la mente…
Han pasado muchas cosas buenas, lindas, desde que te fuiste. Cada día y en cada momento intenso, te pienso, y quiero compartir eso contigo.
Te has convertido en un Ángel que va siempre a mi lado, en silencio. A veces me detengo, te abrazo desde el alma, y no puedo evitar algunas lágrimas. Pero, enseguida me parece oírte diciéndome: “no seas boba, no llores”.
¡Cuánto te extraño!
Hoy te llamaría. ¡Cómo te llamaría!
Hay momentos en
que tengo tanto para hablar contigo. ¡Tanto!
Necesito tu opinión muchas veces, y
no estás aquí.
Momentos alegres para compartir; una duda; una ilusión que contarte...
Y no estás aquí.
Los años han pasado y aún te extraño.
El tiempo sigue, la vida continúa, y es tan difícil sin ti.
Habían
transcurrido muchos años cuando me enteré que el pasado había sido un fantasma
en tu vida; que estuvo siempre presente. Que resignaste tu felicidad, creyendo que no podrías derribar un recuerdo. Así fue, no pudiste.
Sólo diré
en mi descargo, que no lo supe. Ignoré todo el tiempo, ser ese fantasma. Es
más, creí, desde el primer momento, que me habías olvidado, que no había sido
nada importante en tu vida.
Hoy supe que guardaste una imagen, un recuerdo, un momento especial y único, en un lugar muy íntimo. Que tus versos llevan mi voz, mis manos, mi mirada. Que cuando escribes, piensas en mi.
Habían pasado
algunos años. Crecimos. Y un día nos descubrimos. Nos “vimos” por
primera vez.
Luego, ambos nos fuimos sin decir adiós. Cada cual hizo su vida,
esperando volver algún día. Guardamos en un lugar muy especial aquel encuentro
que nos mantuvo unidos; una conexión única.
Y fueron creciendo los poemas, los
versos sueltos, guardados celosamente, para algún día, compartir, como una
declaración de amor.
Cuando ese día
llegó, fue maravilloso volver a encontrarnos. Surgió espontáneo el abrazo
interminable, corazón a corazón. Y sentimos que el tiempo no había pasado, sólo
había hecho una pausa. Nuestro cuerpo tenía la memoria de cada caricia, cada
momento, cada silencio y cada suspiro.
Entonces, intercambiamos nuestros cuadernos; entregamos allí el corazón, en una verdadera declaración de amor.
Cuando leímos lo que cada uno había escrito durante tantos años, comprobamos que habíamos dicho casi lo mismo...
Sueño volver algún
día a esa playa, en aquel lugar paradisíaco e irreal, sobre esas rocas donde
rompe la ola, donde la calma y la furia confluyen en rara armonía.
Sueño desde el
tiempo que irrumpe llenando espacios, donde la levedad del alma te alcanza
mirando al cielo; donde una lágrima cae y se convierte en arena, donde una
lágrima cae y confunde el camino.