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sábado, 13 de noviembre de 2021

Mis ausentes

 


Mientras la música suave se escucha en la habitación, mis lágrimas dejan huellas en la almohada. Es inevitable. 

Mis ausentes buscan mi alma. 

Desde lo más profundo los abrazo. Me quedo en ese refugio amoroso, de ensueño, y vuelvo a ese lugar entrañable que tanto añoro.

 El sonido tiene el poder de armonizar, sembrando allí dentro algo parecido a la calma.





viernes, 12 de noviembre de 2021

Llueve.

 


Llueve sobre los campos; sobre frutales; llueve sobre la huerta, y los rosales. Es la bendición del agua que nutre, en silencio, como sin darse cuentaLa lluvia tiene el encanto de la calma, del refugio, del sosiego. Llueve y suena sobre los techos de chapas; invita al sueñoLlueve. La tierra exhala ese aroma tan particular: “olor a tierra mojada”. Luego de la gran sequía, la ansiedad se respira en el ambiente; el alivio llega y crece a medida que el agua corre en torrente.

 


Me gusta la gran tormenta. La noche trepidante. El viento que ruge. Estallan en el cielo rayos y centellas. En fabulosos flashes, la oscuridad se rompe y se compone con una rapidez inexplicable. Con cada destello el paisaje se ilumina de distinto color y desde diferentes ángulos. A pesar de la angustia que produce esa furia incontrolable de los elementos, el espectáculo es inigualable.

 Ivalopano

jueves, 11 de noviembre de 2021

Podría imaginar


Podría imaginar la vida diferente.

Mi lugar en el mundo, distinto;

podría dibujar una nube, el mar y el cielo,

con una precisión inquietante.

Podría imaginar el destino, un camino sin final;

un andar confiado, verdadero.

Y sólo estaría volviendo a la raíz original,

 sabiendo que allí te espero.


Podría completar un pensamiento en tu mente;

 escudriñar en tu alma en silencio,

 y descubrir el significado de esa angustia

 que llevas dentro, desde siempre.

Podría irme definitivamente de tu vida,

y, aun así, buscarías en mí

el complemento perfecto.

Ivalopano

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Barrio Peñarol y el ser ferroviario (año 2010)

 

 

Barrio Peñarol. Un lugar con identidad ferroviaria. Con un origen de trabajo y esfuerzo. El ferrocarril y sus talleres, son el sello de presentación, la carta de identidad del barrio.

 Después de una época de crecimiento, la empresa de ferrocarriles estatal ha ido decayendo año a año, viendo pasar, no obstante, muchas generaciones de funcionarios que hemos aprendido a quererla.

En el sacrificio y el esfuerzo, sin inversiones del Estado, siempre subsidiado, el ferrocarril uruguayo es el hijo pobre y mal vestido de la familia. Sus trabajadores, también nos hemos mimetizado con esta forma de subsistir: "como se pueda y con lo que haya". Hoy en el siglo xxi, (año 2010), está tambaleante y harapiento. Nosotros, serios y con los puños cerrados, hacemos fuerza para que no se nos caiga a pedazos. Viajamos en un coche motor del año 1930, sin calefacción y con entradas al taller, para reparación, casi a diario. Un taller de fines del siglo xix que trabaja con herramientas de aquella época; que no se ha modernizado ni actualizado. El ingenio de los funcionarios hace que, aún hoy, esté sobre las vías, remendado, sosteniendo sus ventanillas, a veces, con un trozo de alambre. El tapizado de los asientos está lleno de parches. ¡Noble esfuerzo! ¡Y hay gente que se atreve a decir que los ferroviarios «no le ponemos el hombro» a la empresa! Otros, creen que, porque plantean proyectos de «renovación», sin sustento ni inversión, son ferroviarios.

Ser ferroviario encierra mucho más que trabajar transitoriamente en el ferrocarril; mucho más que inventar un proyecto ficticio e irrealizable, mientras se gastan buenos miles en pagar una consultoría, sabiendo de antemano, que no habrá dinero para la inversión necesaria; mucho más que la teoría hipócrita, que sabe desde el comienzo, que sólo creará textos y números que quedarán en un cajón, sin sentido y sin futuro

Ser ferroviario significa identidad, solidaridad, compañerismo, más allá del lugar de trabajo; humildad y esfuerzo cotidiano. 

La vida del ferroviario es simple y sencilla como el tren descolorido y ruidoso que corre sobre los rieles, aguantando las críticas de los que tienen todas las soluciones, pero, sin embargo, seguimos igual.

Ivalopano

martes, 9 de noviembre de 2021

La Estación Central "General José Artigas"

 


Cuando en el año 2002 dejamos la Estación Central "General José Artigas", la casa de la Administración de Ferrocarriles del Estado (afe), dejamos de existir

Las autoridades de la época, unos años antes, en una extraña transacción, «vendieron» al Banco Hipotecario del Uruguay, la bellísima edificación. Una verdadera joya de la arquitectura y el arte del ingeniero Luigi Andreoni, construida en una época brillante de la economía y el comercio de la región.



Este precioso edificio ubicado en la calle La Paz 1095 de la ciudad de Montevideo, era el centro de la actividad comercial y administrativa de la empresa. Allí había cientos de funcionarios que trabajaban en las oficinas, distribuidas en diferentes gerencias. Durante muchos años, en este lugar, existía un febril movimiento de pasajeros, cargas y encomiendas.

En el año 2002, cuando se dispuso la mudanza de su sede administrativa, fuimos testigos impotentes del desprecio y la frialdad con que las autoridades del momento, dispusieron el desalojo del rico edificio.

Los muebles, majestuosos, testimonio de la opulencia británica y el buen gusto que da una rica economía, eran grandes, de nobles maderas, regias terminaciones y lustres eternos. Verdaderas joyas de carpintería artesanal. Algunos escritorios tenían mecanismos ocultos; bordes tallados a mano, y tapas con incrustaciones en distintas maderas y cuero repujado. 

El día que llegó la empresa de mudanzas y comenzó a bajar esos tesoros a empujones y tirones, arrastrándolos sin piedad, por el corredor de piso de mármol, y haciéndolos descender la suntuosa escalera, a los tumbos, cayendo de escalón en escalón, con golpes que nos dolían en el corazón, sentimos vergüenza ajena ante tal herejía. El daño era equitativo: a los muebles y a los pisos, a la escalera y a nuestros sentimientos.



Dejábamos muchos años de vivencias entre esas preciosas paredes adornadas. «Nuestra casa» se iba quedando vacía. Las oficinas huecas, silenciosas, desoladas: ¿Qué será de mí? —parecían decir—, ¿Qué será de nosotros ahora? —decíamos.



Han pasado los años. Cada uno de ellos representa un poco más de abandono para la Estación Central, y un año más de decadencia para nuestra empresa de Ferrocarriles del Estado.

Los uruguayos tenemos un defecto educacional. Parecería que lo que pertenece al Estado no es de nadie. Gran error; lo que es del Estado uruguayo, es lo más nuestro. Pero no todos lo sienten así, y no se lo enseñan a sus hijos en los hogares; tampoco en las escuelas.




Y ahí está la preciosa Estación Central "General José Artigas", en el abandono más ominoso, saqueada. En una especie de cruel vejación, se han robado sus preciosos mármoles, los adornos, las mamparas de buena madera y excelente artesanía. La lluvia ha hecho estragos. Las aberturas, los vidrios rotos, dejan ver los cielorrasos caídos, colgando como jirones. Verdaderamente, para llorar…



Ivalopano

lunes, 8 de noviembre de 2021

Sé de qué hablas.

 


Sé de qué hablas; conozco ese hueco vacío y frío que nada llena. Ni la música, ni el ruido de la casa. Sé de qué hablas: sólo callar y seguir, sin pensar, ni reír. 

Conozco ese lugar donde mora la tristeza que te atrapa y te lleva en silencio a su mundo gris

¿Sabes? A veces te suelta y logras saltar, pero lo que hay del otro lado, te da miedo. Prefieres callar: con lágrimas, intentar dormir y no poder calmar la mente…

Sé de qué hablas, conozco ese lugar.

 

domingo, 7 de noviembre de 2021

Hoy te llamaría

 


Hola. ¡Tengo tanto para contarte! 

Han pasado muchas cosas buenas, lindas, desde que te fuiste. Cada día y en cada momento intenso, te pienso, y quiero compartir eso contigo. 

Te has convertido en un Ángel que va siempre a mi lado, en silencio. A veces me detengo, te abrazo desde el alma, y no puedo evitar algunas lágrimas. Pero, enseguida me parece oírte diciéndome: “no seas boba, no llores”.

¡Cuánto te extraño!

Hoy te llamaría. ¡Cómo te llamaría!

Hay momentos en que tengo tanto para hablar contigo. ¡Tanto!

Necesito tu opinión muchas veces, y no estás aquí.

Momentos alegres para compartir; una duda; una ilusión que contarte... 

Y no estás aquí.

Los años han pasado y aún te extraño.

El tiempo sigue, la vida continúa, y es tan difícil sin ti.

Hoy te llamaría. ¡Cómo te llamaría!

Pero… ¡el cielo no tiene WhatsApp!😢

Ivalopano

sábado, 6 de noviembre de 2021

Sin mirar atrás

 


Nos permitimos

pequeñas libertades,

clandestinas, infractoras,

para rescatar de algún modo,

una ínfima parte del tiempo

que perdimos.

Apenas un átomo de un todo.

Apenas un instante,

un abrazo apretado,

un beso fugaz, anhelado,

que pretende sólo

realizar un sueño,

sin mirar atrás…

Nuestras manos juntas,

buscando el refugio

del amor callado,

cálidas y abiertas,

pretenden sólo

realizar el sueño

del instante mágico,

nunca olvidado

Apenas un átomo de un todo,

apenas un instante,

un abrazo apretado,

un beso fugaz, anhelado,

que pretende sólo

realizar un sueño,

sin mirar atrás.

 Ivalopano

viernes, 5 de noviembre de 2021

Fantasma.


 


Habían transcurrido muchos años cuando me enteré que el pasado había sido un fantasma en tu vida; que estuvo siempre presente. Que resignaste tu felicidad, creyendo que no podrías derribar un recuerdo. Así fue, no pudiste. 

Sólo diré en mi descargo, que no lo supe. Ignoré todo el tiempo, ser ese fantasma. Es más, creí, desde el primer momento, que me habías olvidado, que no había sido nada importante en tu vida.

Hoy supe que guardaste una imagen, un recuerdo, un momento especial y único, en un lugar muy íntimo. Que tus versos llevan mi voz, mis manos, mi mirada. Que cuando escribes, piensas en mi. 

Gracias... y perdón.

jueves, 4 de noviembre de 2021

Almas gemelas

 


Habían pasado algunos años. Crecimos. Y un día nos descubrimos. Nos “vimos” por primera vez

Luego, ambos nos fuimos sin decir adiós. Cada cual hizo su vida, esperando volver algún día. Guardamos en un lugar muy especial aquel encuentro que nos mantuvo unidos; una conexión única. 

Y fueron creciendo los poemas, los versos sueltos, guardados celosamente, para algún día, compartir, como una declaración de amor.

Cuando ese día llegó, fue maravilloso volver a encontrarnos. Surgió espontáneo el abrazo interminable, corazón a corazón. Y sentimos que el tiempo no había pasado, sólo había hecho una pausa. Nuestro cuerpo tenía la memoria de cada caricia, cada momento, cada silencio y cada suspiro.

Entonces, intercambiamos nuestros cuadernos; entregamos allí el corazón, en una verdadera declaración de amor.

Cuando leímos lo que cada uno había escrito durante tantos años, comprobamos que habíamos dicho casi lo mismo...



miércoles, 3 de noviembre de 2021

Piensas en mí.

 


Piensas en mí. Lo sé.

Estoy en tus insomnios,

en tu música, en tus lecturas,

 y en esos poemas guardados

como tesoros.

Mis versos y mi voz

quedaron en tus oídos;

mis manos, sobre tu piel,

sin olvidos;

porque te he calcado

con la punta de mis dedos,

 y he construido

 espacios que llenarás

únicamente en sueños.

 Ivalopano




martes, 2 de noviembre de 2021

Sueño.

 



Sueño volver algún día a esa playa, en aquel lugar paradisíaco e irreal, sobre esas rocas donde rompe la ola, donde la calma y la furia confluyen en rara armonía.

Sueño desde el tiempo que irrumpe llenando espacios, donde la levedad del alma te alcanza mirando al cielo; donde una lágrima cae y se convierte en arena, donde una lágrima cae y confunde el camino.

Ivalopano

domingo, 31 de octubre de 2021

A veces

 


A veces, sólo puedo escribir

palabras sueltas, sin sentido;

formas abstractas del sonido;

y de pronto me veo discurrir

por lugares abiertos,

sobre la palma de la mano,

vagando por valles desiertos…

A veces, sólo puedo sentir

el sonido del viento,

soplando sobre las persianas

entreabiertas de la ventana.

Otras, me alejo despacio

para lograr la perspectiva necesaria.

Pero, siempre, en la bruma

de los sueños y la distancia,

está esa tibieza del alma

que vuelve, que late y palpita.

Lo sutil, lo leve y lo abstracto,

se unen, se juntan y potencian

en una larga lista.

Ivalopano

 

sábado, 30 de octubre de 2021

El cruce del río (evacuados)




Mi padre, al otro lado, en el departamento de Durazno, había oído conversa­cio­nes en el pueblo, en cuanto a la creciente del río Negro, pero no pensó que fuera tan gra­ve. Se había criado a orillas de ese río y lo había visto crecer muchas veces, en tiempos de lluvias. Nunca hubiera imaginado que pudiera pasar algo como aquello. Cuando llegó al puerto y lo vio, le costó reconocerlo. Ese río de toda la vida, compañero de su in­fan­cia, se había con­vertido en un desconocido agresivo.

El cruce se realizaba en balsa que tran­spor­taba al ómnibus junto con los pasajeros. Ahí tuvo oportunidad de conversar con la gente. Solo se hablaba de lo que le había pasado a "fulano" y a "mengano". Al­gunos decían que el pueblo desapare­ce­ría, que se desin­tegraría y sería devora­do por el río. Todas eran noticias terri­bles: muchas fa­milias evacuadas, pérdidas totales de bienes y ani­ma­les. Entonces aumentó su preo­cupación por saber qué pasaba con los suyos.

A los dos días, la familia entera via­jó solo con lo más imprescindible. Los muebles y demás enseres llega­rían después, con la mudanza. Íbamos en la balsa, junto a muchas personas. Todos muy serios, algunos sentados sobre sus valijas. 

 El río se veía enorme y turbulento. Sus aguas siempre lim­pias, de un azul intenso como el cielo, es­taban marro­nes. Flotaba en esas aguas revueltas, una infinidad de cosas, a gran velocidad al lado del re­molca­dor, que se deslizaba rozan­do las últi­mas hojas de las copas de los árboles. El agua ha­bía des­trozado parte del cementerio y había ataúdes flo­tando en el río. Eso era lo más impresionante, la gente se persig­naba y rezaba entre so­llozos.

Mi hermano y yo no te­níamos miedo, al con­trario, nos di­ver­tía ver el río tan grande. Era lindo el viaje en esa especie de barquito que lo cruzaba. Una experien­cia nueva y fasci­nante. A cada momento gritábamos: ¡mira, una oveja!, ¡allá, allá… un cajón!, ¡mira, una gallina!, ¡el perro aquél, arr­iba de una tabla!, ¡mira ese árbol grandote como flota, se lo lleva la co­rriente, qué rápi­do! Y reíamos diverti­dos. Mamá nos hacía ca­llar. No comprendíamos por qué lloraba la gente y nuestros padres esta­ban tan serios.



viernes, 29 de octubre de 2021

Inundaciones

 


Era el año 1959. Un día de otoño, a fines de marzo, comenzó a llover y continuó no sé por cuánto tiempo. En mis recuerdos están todos los momentos, hasta los más preocupantes, pintados con la luz y la alegría de los inocentes seis años; con la ingenuidad de esa edad, que no permite comprender la gravedad de algunos hechos. 

Llovía. Jugaba con mis hermanos bajo la lluvia. Chapaleábamos descalzos por el campo; al caer con fuerza en algún charco, hacíamos saltar el agua entre risas y gritos de placer; nos levantábamos y seguíamos corriendo, a cada paso, más empapados. El agua chorreaba por el rostro, tapándonos, a veces, los ojos. Nos divertía bebernos el agua que corría por la cara; manotear un poco para despejar los ojos y seguir incansables, saltando y corriendo entre gritos y risas, hasta que mamá ponía fin al juego, llamándonos a secarnos, antes que tomáramos un enfriamiento. No recuerdo haber tenido frío durante esos juegos.

Cuando en algún momento, paraba la lluvia y salía por intervalos, el sol, jugábamos en el campo ya inundado por el río. Estaba a pocos metros de la casa. Me gustaba tenerlo dentro de la huerta y entre los naranjales. Pero, me angustiaba verlo avanzar hasta alcanzar las "bocas" de los hornos de ladrillos de mi padre; ver cómo crecía hasta cubrir las "pilas de adobe", prontos para la "quema"

A veces pescaba con mi hermano. Con una cañita y anzuelos sacábamos algún pejerrey, ahí nomás, casi frente a la puerta.

Después, bajó la temperatura y no podíamos salir. Entonces mamá cocinaba boniatos al vapor. ¡Qué ricos! Eran de la cosecha sacada justo a tiempo, antes que empezara a llover. En algún momento, mi hermano y yo salíamos corriendo bajo la lluvia, y manoteábamos alguna mandarina que pendía del arbolito, frente a la puerta de la cocina, al alcance de la mano. Estaba aún sin madurar, pero sí, lo suficientemente dulce y olorosa como para comerla entre chasquidos y "caras agrias".

En la tarde dejaba de llover y salía el sol un rato. Pero el río seguía avanzando a gran velocidad.

Un día, llegó un agente policial y estuvo conversando con mi madre, tratando de convencerla para que saliera con tiempo de allí, que fuera para el centro del pueblo. Dijo que el agua llegaría a cubrir la casa, que tendríamos que ser evacuados. Mi madre miraba todo lo que tenía que sacar de la casa y pensaba que no podía mudarse en ese momento. Estaba encinta de su quinto hijo, tenía un bebé de once meses y tres niños aún chicos.

Mi padre estaba construyendo la casa en Blanquillo, un pueblo del otro lado del río Negro, en Durazno.

En aquellas cavilaciones andaba, cuando llegó la madrina del pequeño bebé, con un camión muy grande. "Vengo a buscarla comadre, usted no puede quedarse aquí sola con todos esos niños", dijo. Por más que mi madre explicara que había muchas cosas que arreglar, que no se podía organizar una mudanza en un rato, la comadre comenzó a juntar todo. 

El caso fue que, a la tardecita estábamos con los muebles y demás enseres, en su casa. Llevamos varios jaulones con pollos y gallinas; cajones de boniatos, zapallos y papas; ristras de cebollas y ajos; en fin, todo lo que había en el galpón, menos las herramientas grandes, arado, rastra y otras cosas como los recados y aperos de los caballos. Todo, menos a Tifón, el perro. No fue posible hacerlo subir al camión. El se quedó. No se sabe qué hizo cuando el agua alcanzó el techo de la vivienda, pero supimos que vivió muchos años con unos vecinos, después que nos fuimos del pueblo.

Algunos datos de esa época: haz clic acá

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