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sábado, 8 de octubre de 2022

Una historia sin final (V)

 CAPITULO V

El broche de nácar.



Han pasado los años. Los chicos ya son mayores y viven solos en la ciudad.

Sandra habla con su psicoterapeuta.

—Hace unos días, al volver a casa, luego de hacer unas compras, escuché voces y risas en el taller. Sabía que Andrés estaba pintando, pero me sorprendió que no estuviera solo. Es más, pensé que serían los chicos que habrían venido de visitaNo eran ellos. Era Mónica, su amiga de toda la vida. Cuando entré al taller, ambos observaban de cerca el lienzo que estaba en el caballete y hablaban con entusiasmo sobre alguna técnica. Desde la puerta los veía de espaldas, ella tenía el pelo recogido en una media cola con un broche de nácar con forma de mariposa; cada uno con un pincel en la mano señalaba el borde superior derecho del trabajo. Andrés explicaba y Mónica hacía movimientos sin tocar el lienzo. Entendí que allí había algo muy profundo, había una comprensión, una sintonía especial. No me oyeron entrar. Intenté hablar por encima del entusiasmo de ambos y justo en ese momento, ellos estallaron en risas y se confundieron en un abrazo apretado. Andrés levantó la vista, me vio. Se apresuró a soltar a Mónica y a presentármela, un poco tenso. Ella saludó con afecto, como si me conociera de mucho tiempo; me sorprendió porque no esperaba un saludo tan cálido. Traté de mostrarme amable, esforzándome por ser atenta y demostrar interés en la conversación. Es una mujer de aspecto muy seguro, aparenta tener unos sesenta años o más. Se ve arreglada, viste con buen gusto y es de trato alegre y ameno. Más tarde le mostré el jardín, el pequeño invernadero y conversamos largo rato sobre plantas y flores. Por momentos pensaba que la conocía de antes. De pronto ella miró el reloj y dijo que se tenía que ir. Andrés insistía para que se quedara a almorzar, pero ella declinó, y prometió que lo haría otro día. Al despedirse abrazó a Andrés como supongo que lo haría en sus épocas de adolescentes. El respondió con la misma efusividad, sin preocuparse de que yo lo observaba. Mónica se despidió de mí, también con un abrazo muy afectuoso, y me invitó a su casa.

—Tienes que ir un día de estos, a mi casa. —Dijo. —Verás las flores que cultivo, te van a encantar y puedes traer las que quieras para plantar aquí.

Agradecí, con sinceridad. Estaba, en cierta forma, cautivada por esa mujer. Es más, hasta por momentos me sentí mal, por tener pensamientos de desconfianza hacia ella. Es una buena amiga de toda la vida, me dije. Pero, aun así, me pone mal ver esa complicidad con Andrés, que yo, con tantos años de matrimonio, no he logrado. Cuando lo veo pintar, me parece un extraño, no conozco esa persona, siento que es alguien distinto y lejano. Es una sensación muy rara, porque desde que lo conocí, hace ya cuarenta años, lo he visto pintar casi a diario. Sé que me dirás que ya hemos trabajado sobre el tema de los celos. Lo entiendo. Los celos son sin fundamentos, se basan y crecen en lo que suponemos y no en lo que es la realidad. Lo sé. Pero no puedo dejar de sentirlo. De manera intelectual, lo comprendo, pero la emoción dice lo contrario. Bueno. El caso es que ahora, Mónica vive cerca, alquiló un pequeño apartamento a unos dos kilómetros de nuestra casa y la encontrarnos con frecuencia en el supermercado, o viene con un bosquejo para discutirlo con Andrés. Cada vez que ha venido a casa, trae algo para mí. Una vez, una planta, otra vez una mermelada casera, otro día un pequeño mantel pintado a mano. En fin, me demuestra empatía. Y me quedo “fuera de lugar”, porque no puedo corresponder con la misma amabilidad. Conversamos de cualquier cosa durante un rato, pero, como ella viene para hablar con Andrés, la dejo en el taller y me retiro. Es decir, me quedo un rato, miro lo que hacen, pero son temas que ellos entienden y yo no, por lo que opto por retirarme.

—Sandra —dice la psicóloga —en todos estos años Andrés no te ha dado motivos para creer que te pueda ser infiel. ¿Comprendes que esos fantasmas están sólo en tu imaginación? Hemos hablado muchas veces cómo actúan los celos en una relación de pareja. Lo hemos trabajado, sabes que te hacen ver las cosas más inverosímiles, como reales.

—Sí, lo sé. Necesitaba contarte lo que me pasa con Mónica. La observo y no encuentro nada que me haga pensar que entre ellos haya algo pecaminoso. Pero no puedo confiar en ella. A veces pienso que es mi intuición la que me advierte y me alerta. Y otras tantas, yo misma me recrimino por no poder alejar esos fantasmas de mi cabeza.

Luego de la sesión con la psicóloga, Sandra vuelve a su casa, a pie. A pesar que la consulta está a más de tres kilómetros, es una forma de distenderse y pensar en el asunto,  más tranquila. No obstante, se da cuenta que, de manera casi inconsciente, busca el parecido de Mónica con las mujeres de los cuadros que ha pintado Andrés y no puede asociar ningún rasgo parecido. Mientras camina, logra calmarse y asimilar los consejos de la psicóloga. De pronto, surge en su memoria, el broche de Mónica. Ese peinado con ese broche, lo ha visto en alguno de sus cuadros, y una mariposa en varias de sus pinturas aparece de una forma u otra. 

Ya en la casa, están sus hijos que acaban de llegar y charlan alegres con su padre. Esto hace que no vuelva a pensar en el tema. El resto de la tarde transcurre en un ambiente alegre y distendido.


viernes, 7 de octubre de 2022

Una historia sin final (VI)

 CAPITULO VI



Caminaban en silencio por la playa. Era la misma que los vio amarse en plena juventud. Hoy son casi ancianos. Volvían a hablar de aquél día después de 40 años. Ahí estaban, con sus figuras pesadas, algo encorvados, de la mano, como dos adolescentes.

—Siempre te voy a querer —dijo Andrés, de pronto.

—Yo también. —respondió Mónica.

Se quedaron en silencio, mirando a lo lejos. Habían esperado 40 años para decir que se querían. Otra vez resignaban su amor. Ambos tenían vidas diferentes. Habían formado cada cual, su familia; habían criado sus hijos y eran abuelos. Ya no podían cambiar las cosas, o no estaban dispuestos a cambiarlas, para no dañar a los demás. 

—He vivido toda la vida con un vacío sin llenar —dijo de pronto él. —Sandra no lo entiende. No comprende por qué no me siento feliz. Lee mis novelas, revisa mis cuadros, para descubrir de quién estoy enamorado. Me lo ha dicho. Se pone celosa de las protagonistas de todas mis novelas, que por supuesto, no se parecen a ella. Me lo ha planteado y le he dicho que lo que escribo es una novela, no una crónica de la vida real. No valora lo que hago. A pesar de que mis libros se leen y se venden muy bien, al igual que las pinturas, y han tenido buenas críticas, ella busca similitud con la realidad y se queda desconfiada, busca en mis personajes, una respuesta. No tiene motivos para quejarse, no le he fallado en nada. Trabajo arduo, pero no lo ve, solo se queja, siempre está desconforme.

—Supongo que algo de culpa tendrás allí. Quizás te enfocas demasiado en el trabajo y no le prestas atención.

—Trabajo mucho, sí, pero la trato bien, hemos criado nuestros hijos, me he portado bien, la he respetado.

—Pero ella siente que no te tiene, que no le perteneces de forma total.

—No puede tener celos de una novela o de una pintura, es una actitud infantil.

Se produce un silencio largo que luego de un rato, rompe Andrés.

—¿Y tú, qué has hecho?

—Yo… también he vivido con un vacío sin llenar, que por lo visto quedará así. He criado a mis hijos, también he trabajado sin descanso. Mi matrimonio terminó hace más de 10 años, pero recién hace un año me divorcié. El desgaste de los años o la pérdida del amor, no sé, fue lo que al final, me animó a terminar con eso. En mi caso, Augusto, no participaba en nada de lo que yo hacía, ni para criticarlo. Indiferencia total. No me acompañaba ni a la presentación de alguna novela. En cada evento estuve sin él. Mis hijos, en cambio, no se perdían uno. Nunca leyó nada de lo que yo escribí, no tiene idea de lo que dicen mis libros. Eso es muy feo y duele. 

Caminaban en silencio, inmerso cada uno en sus pensamientos. En un momento Andrés se detuvo y mirándola a los ojos dijo:

          —Me he dado cuenta que todo lo que he hecho ha sido un error. Todo lo he hecho mal. Me he equivocado en todo, he elegido mal en la vida —dijo muy serio.

          —Yo, en cambio, creo que no hay errores. Nada de lo que hacemos, carece de sentido. Todas las opciones que tenemos y las elecciones que hacemos, es lo que teníamos que hacer y estuvo bien así. A veces creemos que nos hemos equivocado, pero con el correr del tiempo, comprendemos que fue lo mejor que pudimos hacer y que fue para bien —dijo Mónica.  —Andrés, no dijo nada y se quedó mirándola con una sonrisa triste en su rostro. 

Caminaron un rato más en silencio y se detuvieron frente al mar. Los dos miraban al horizonte tomados de la mano, descalzos. De pronto, Andrés giró y se puso delante de ella, tiró de su mano y la atrajo en un solo movimiento. La envolvió en un abrazo muy apretado y la besó en los labios. Aquel beso que trataba de revivir los momentos de la juventud, se estaba produciendo ahí, en la misma playa. Sus labios se unieron con una sincronicidad absoluta. Mónica sintió que el tiempo no había pasado entre ellos, solo había hecho una larga pausa.

Las olas mojaban sus pies al llegar a la orilla y la arena se diluía debajo de ellos, obligándolos a corregir la postura en un acto reflejo, cada vez que sus pies se hundían en la arena.


(FIN)

Ivalopano

jueves, 6 de octubre de 2022

Agua y Luz


 

Un día como tantos, a la hora de siempre. Nada especial. No obstante, algo es diferente. No sabemos qué, pero ahí está rompiendo la rutina, la monotonía diaria, la chatura de una vida insulsa. Un tono, un color, una lágrima, una nota musical, un abrazo, quizás un beso. Eso. Eso que hace que ya nada sea igual, ya nada tiene el mismo color, ni la misma nota, ni el mismo sabor. Hoy todo es luz, luz, luz.

Hay un instante en que estalla de pronto el volcán. Las chispas ardientes se elevan al cielo y ya nada vuelve a ser igual. La piedra cae al agua, rompiendo la quietud. Ya no vuelve a ser igual. Los círculos concéntricos, que se extienden hasta mimetizarse en la nada, también son la misma nada que ya no vuelve a ser igual.

Ese instante que a veces no captamos, es el que pone nuestro paso en el camino exacto, en el momento preciso y en la frecuencia correcta.

Por eso hoy el corazón late con fuerza, la sangre fluye impetuosa hacia un encuentro emocional, hacia una comprensión astral, hacia ese instante en que coincide el fuego y la luz, el agua y la tierra. Ahí y ahora.

Somos leves, muy leves, frágiles, muy frágiles. Flotamos y nos alejamos, como una pluma en el viento. En vaivenes cadenciosos nos elevamos en un disfrute sin límites, empujados por una fuerza invisible. Luego, caemos, pesamos demasiado para continuar y regresamos con la angustia de no llegar, con las ansias de haber querido y no alcanzar no obstante, la luz que buscamos. Nuestra levedad no es tal, o no es, al menos, suficiente.

Entonces lloramos. ¿Por qué? El llanto no tiene sentido. Pero lloramos. Siempre lloramos. Nacimos llorando. Somos luz y agua. Por eso quizás, debemos llorar. Luz y agua. Fuego y agua. Una contradicción. ¿Una contradicción? Tal vez, no.

Hoy es ese momento. En ese instante exacto, daré el paso justo hacia tu camino, en mi camino. Entonces veré tus ojos, verás los míos. Luz y Agua. Y ya nada volverá a ser igual. Ya no. Ya no más nada igual.

 


 

domingo, 2 de octubre de 2022

Sed


 ¡Estuve tan cerca del manantial!

Acerqué mi frente, estiré mis manos, 

percibí la frescura y el sonido

del agua al correr, pero al final

mi sed no calmé, no bebí ni un sorbo.

¿Por qué?

Mirando el agua me quedé

disfrutando del paisaje

y la quietud del lugar.

Mis manos anhelantes

extendidas al vacío,

no llegaron al instante

preciso, en ese rocío

traslúcido, de gotitas flotantes,

que en terrible desafío

me dejan detrás del cristal...

Lentamente me alejé del lugar.

Febril, mi frente,

secas y vacías mis manos.

En silencio, como siempre,

sofocando el sufrimiento; 

sonriendo, sin embargo,

con alegría fingida.

La sed acuciante,

secos mis labios,

la mirada ardiente

en una búsqueda sin par,

y no bebí ni un sorbo,

la sed no pude calmar.

Ivalopano



miércoles, 21 de septiembre de 2022

La taza de té

 

 

De pronto, Mónica despertó como ante el chasquido del hipnotizador. 

La realidad tomó forma en su mente. 

¡No! 

Fue una negativa rotunda. Tuvo que mantenerse firme ante la insistencia de Ignacio. Supo que le hería, pero debía ser fiel a su intuición. Su voz interior, esa que de continuo grita en su mente, era un verdadero alarido: ¡No!

Emergiendo, con los ojos abiertos, de una especie de sopor, miraba aquellos ojos encendidos que se acercaban peligrosos, anhelantes, apasionados, llenos, a su vez, de una gran ternura, y tomó conciencia de lo que realmente estaba pasando. 

Su vida, se había transformado en un desierto en el ámbito moroso. Parecía normal, pero en realidad, todos los aspectos de su existencia estaban marcados por ese gran vacío.

Ahora, Ignacio le confesaba su admiración. Le proponía vivir un romance. Era ésta una experiencia nueva. Sus días siempre iguales y chatos, adquirían un color especial y ese cosquilleo inquieto en el estómago, al saberse admirada, deseada, también era algo nuevo. Hacía ya tantos años que no experimentaba esta sensación, que soñó un poco con revivir o reactivar su vida emocional.

Él, a su vez, vivía una situación parecida en su relación matrimonial. Estas coincidencias, aún sin confesarlas, quizás, fue la afinidad que acercó sus almas. De inmediato se estableció un hilo de conexión especial entre ellos.

Pero para él fue algo que se hizo fuerte, se alimentó de todos los buenos momentos compartidos. Se fue convirtiendo en pasión, en la necesidad de vivirlo a pleno.

Ella, en cambio, ya habituada a esa soledad, llenaba su vida con todo tipo de tareas, los hijos, los nietos, trabajos para realizar en casa, que muchas veces traía de la oficina. No se permitía soñar con volver a enamorarse; ocupaba su mente como para aturdir los latidos de su sangre. De esta manera, según creía, tendría bajo control este tipo de situaciones.

Ahora, él sacudió su modorra, hablando de amor. Amor de amantes. Una palabra que muchas veces cruzó por su mente, como una forma de escape, de alivio al volcán contenido de deseos que era su vida íntima. Pero, así como lo pensaba, lo rechazaba. No creía en la posibilidad de volver a enamorarse. Pensaba que la relación física, para ser satisfactoria y completa, debía ser por amor y con amor. Por esta razón continuó con su vida llena de tareas, pero vacía del amor amante.

Entonces, trató de permitirse soñar, acercarse al abismo mismo de una relación prohibida, ardiente, secreta. Le fascinó la idea. Pero, más allá del razonamiento, más allá de reconocer que se merecía un tiempo de relax, de liberación, su corazón no podía latir por amor. No podría sentir o corresponder como él lo reclamaba o como lo necesitaba.

Entonces, dijo no. No, a soñar. No, a probar la miel que se le ofrecía. No, a abrazar ese otro cuerpo, anhelante y cálido que se acercaba en una verdadera ofrenda de amor. No, a experimentar el desafío final y vital de una tregua consigo misma. ¡No! Y cerró los ojos al amor. Esgrimió la mejor excusa: ambas familias. Los hijos, los nietos, ambos cónyuges, que no merecían algo así. Pero tampoco ellos merecían esa agonía, ese contener las ansias de esta forma, rígida, implacable.

El no insistió. Se sintió desmoronar. No esperaba el rechazo. Todo hacía pensar que se daría al fin, vía libre a la comprensión y el compartir un mismo sentimiento. Sin embargo, ella dijo: ¡No!

No se atrevió a dar un paso más. ¿Por qué? Y ¿por qué no? Porque comprendió que, desde su vida íntima, no sería sincera, no podría amarlo como él lo necesitaba. Solamente sería un juego. Se imaginó en un acto de entrega real y física, íntima, con su amigo y no pudo soportar la idea. No lo amaba, o al menos, no, como él quisiera. A pesar de apreciarlo con verdadero afecto, se trataba de un afecto de amigos, compañeros. 

Sentada ante la taza de té, con la mirada perdida en el movimiento pequeño del vapor que se eleva en espirales tenues, recuerda con ternura y al mismo tiempo con pena, buenos momentos compartidos.

 Hoy llueve. La mañana es gris, fría. Con la taza entre las manos, como si fuera un pajarillo con frío, piensa. ¿Qué pasó? ¿Cuál fue el instante exacto donde se rompió el hechizo?

Piensa. 

Por su mente pasan tantas palabras, miradas de comprensión. Recuerda frases enteras, gestos, sonrisas y hasta alguna lágrima surgida a través de la emoción de algún relato de vida intenso y dramático. No puede determinarlo con certeza.

Recuerda el instante en que Ignacio confesó sus sentimientos y dijo que desde mucho tiempo atrás vivía con la ilusión de hablar de su amor. Sintió ternura y agradecimiento hacia el amigo que era capaz de quererla así, al tiempo que no pudo evitar sentirse un poco defraudada. Difícil explicarlo. En medio del halago que significa saberse amada, admirada, le defraudaba saber que todo ese acercamiento, esa afinidad, la comprensión que había encontrado en él, en realidad escondía un sentimiento algo egoísta. Él confesó su amor, lleno de emoción y ternura, al tiempo que proponía vivir una aventura, una relación secreta, prohibida, todo fuego.

Esto fue un verdadero tornado. Su cabeza "trabajó a mil". No era fácil asimilar tal revelación. El no entendió por qué le impactó de tal forma su declaración de amor. Pero, había una gran diferencia con respecto a sus sentimientos. Mientras él vivía con su amor en silencio desde hacía mucho tiempo, ella tomaba conciencia recién de esta situación. No pasaba por su cabeza, no estaba en sus planes vivir un romance, tener una relación secreta, prohibida. Palabras, a su vez, que subían la adrenalina, era un desafío.

Pero cuando él arremetió decidido a obtener un sí, no pudo. No pudo verlo como un amante. No pudo; lo sigue viendo amigo, un buen compañero de horas amenas, de buenas charlas. Nunca pensó que él podría verla como una mujer hermosa. Y dijo NO.

Aun sabiendo que esa actitud le haría daño, tuvo que ser fiel a sí misma. Ahora recuerda la expresión de sus ojos incrédulos. 

No esperaba una negativa. Creía conocer a esa mujer; sabía de ella, quizás, más que tantas amigas de muchos años. Ya había vivido en sueños, minutos íntimos, cálidos, casi sabía el calor de su cuerpo, el temblor de sus labios, había imaginado hasta el último detalle con gestos y palabras, frases enteras dichas entre suspiros de pasión. Nunca, en sus fantasías, había preparado su corazón para el rechazo. Ese ejercicio mental que diariamente le reconfortaba el alma con palabras de amor, caricias y labios cálidos, no sirvió para apoyarlo cuando ella dijo no.

Sintió que se hundía en un hoyo profundo, cayendo en espirales vertiginosas, hacia la oscuridad. Deseó desaparecer. Había desnudado su alma, había quedado expuesto, dejando ver sus sentimientos más hondos, los que había guardado en silencio durante años.

¿Qué fue lo que lo impulsó a contarle lo que sentía? ¿Por qué no podía seguir amándola en silencio? ¿Por qué echó todo a perder? La miraba a los ojos y no se convencía que dijera que no. La había imaginado tantas veces rendida de amor en sus brazos, entregándole sus labios en un beso profundo y cálido, que le parecía que ésta era otra mujer, no su amada, la que le acompañaba cada noche en sueños. Esta mujer, era real y le miraba, también ella, sorprendida por su declaración.

Pero Mónica no había soñado con su amor, no había imaginado sus manos temblorosas de pasión, ni sus besos. Estaba serena, tierna como siempre, pero fría ante su requerimiento amoroso. Serena y segura, dijo no.

Con suavidad trató de explicar sus motivos. Casi con desesperación buscó en su corazón las mejores palabras y el argumento más convincente para apoyar su negativa. No quería herir a su amigo. Lo vio azorado, incrédulo, aún insistió una vez más, pero reforzó su negativa, colocando una mano en el pecho de él para impedir el acercamiento que pretendía, con expresión anhelante. ¡No! repitió una vez más. Hay cosas que no deben suceder; a veces no hay que dar el paso siguiente.

La taza de té se enfrió entre sus manos. Sus ojos mirando el vacío, veían una y otra vez los ojos de Ignacio.

El sonido del teléfono la devolvió a la realidad. Tardó algunos segundos en acudir a atender. Con el corazón latiendo fuerte, contestó. Una voz desconocida preguntaba por una de las hijas. Respondió de manera brusca, casi sin darse cuenta. Le molestó terriblemente que no fuera él quien llamara. ¿Por qué?

En su casa, él estuvo toda la mañana inquieto, nervioso, anhelante. Revisaba el celular a cada momento, esperando ver un mensaje de ella. Había pasado la noche casi en vela. Todo el tiempo revivía aquellos momentos, sus palabras, su rostro cuando intentó besarla. No podía borrar de su cabeza y de su corazón, aquel hecho. Se levantó varias veces en la noche; no quería que su esposa advirtiera ese desasosiego. No pudo evitarlo. Casi al alba durmió.

Al despertar, volvió la pesadilla a su mente. Si al menos se pudiera volver el tiempo atrás y corregir los errores. Si él pudiera volver atrás el reloj, no le diría nada y continuaría amándola en silencio y en secreto, como desde hacía tanto tiempo.

Pero ya lo dijo y no se puede borrar lo dicho. Un texto escrito se puede borrar, quemar, antes de ser leído. Pero lo dicho, queda ahí, ya no se puede quitar.

Con el celular en el bolsillo, tocándolo a cada rato, espera. Pasan las horas y nada.

Ella respeta el silencio. No quiere forzar la situación. Lo conoce. Cuando haya “lamido” sus heridas, volverá a llamar.

Tomó un sorbo del té ya frío desde hacía mucho rato. Lo imagina triste y preocupado, perdido un sueño. Sabe que sufre, conoce su sensibilidad. Recuerda sus manos intentando un abrazo y conteniendo el impulso ante su rechazo. Sabe que no fue fácil.

Ella también espera un mensaje, una llamada. Nada.

Otro sorbo de té, frío, amargo. Luego aparta la bandeja y comienza a escribir.

En su cabeza surgió la historia completa, con su ternura y con la tristeza de hoy. También intuye un final feliz, una manera de crear la historia de amor que no pudo ser.

¿Cómo se sigue una historia luego de un hecho así? ¿Cómo reanudar el diálogo?

              CAPITULO II

 


La vida transcurre con su ritmo constante y pausado. Nada hace que cambie su curso. Solamente, nosotros, apuramos el paso y queremos ir de prisa. Pero los hechos se suceden en el momento preestablecido para ello, y de forma inexorable nos sentimos frustrados en nuestras expectativas y nuestras ansias. De poco sirve correr si lo que ha de suceder mañana, no hay cómo adelantarlo. Eso es lo que nos angustia y nos desespera.

Parece que caminamos con los ojos vendados. Todos los acontecimientos están allí distribuidos a nuestro paso para verlos en el momento exacto. Pero mientras no llegamos al lugar y el tiempo justo, no podemos verlos, ni saber nada. Esa incógnita es a su vez, el incentivo que nos lleva a investigar y analizar todo.

A lo largo de la vida, a fuerza de luchar contra el tiempo, aprendemos a esperar. Aprendemos que de nada sirve correr, si no vamos a poder adelantar nada. Nada que suceda, será lo que no deba suceder. Todo está allí, sólo tenemos que sintonizar la frecuencia correcta, en el lugar y el momento preciso. Nada más. Pero esto lo comprendemos, a veces, tarde, y desgastamos las fuerzas tratando de apurar el paso, apurar los acontecimientos.

De esta forma, cuando no sabemos cómo seguir, cómo resolver tal o cual problema, sólo es cuestión de esperar. Dejar que el tiempo transcurra normalmente. Si la solución está en el camino, llegaremos a ella justo a tiempo. En la vida todo sucede en su momento exacto.               

Pasaron los días. En silencio cada uno idealizaba al otro. Él soñaba despierto todo el tiempo, y ella anhelaba revivir emociones viejas. Cerraba los ojos y soñaba con el calor de unos brazos que contuvieran su ternura, unos labios cálidos que le hicieran sentir emoción, sentir nuevamente en su cuerpo, el fuego de la pasión.



viernes, 16 de septiembre de 2022

La piedra.

 


La piedra cae al agua; genera una serie de círculos concéntricos que se extienden y extinguen lánguidamente, cada vez más lejos. Queda en la retina ese movimiento circular de uno, otro, otro, y otro... como interminables.

Así cae cada palabra despectiva en tu alma y se va extinguiendo, pero cada una que se extingue se multiplica como los círculos en el agua y se agiganta en tu mente y tu corazón a fuerza de repetir una y otra vez en tus oídos con un eco machacón.

La piedra, no es más grande, ni más pesada, sin embargo, el primer círculo se forma naturalmente y luego se extiende, se agiganta más y más hasta alcanzar la máxima extensión. La piedra más pequeña, genera igual una interminable cantidad de círculos que se agrandan más y más.

¿Cuál es la solución? ¿Cómo evitar esos círculos? Hay que lograr que la piedra no caiga en el agua. O no mirar los círculos que se forman, para que no se queden en la retina multiplicándose interminablemente en la mente y la imaginación. Simplemente oír el chasquido de la piedra al caer al agua y no pensar más en él.

De esta manera, no tendrá más efecto que el pequeño ruido. No habrá movimiento visible, no habrá círculos en tu mente, no habrá más herida en tu corazón.





lunes, 12 de septiembre de 2022

¿Qué ha cambiado?

 


Cuán importante es a veces, decir las palabras justas, en el momento exacto; y cuántas otras, es necesario callarlas a tiempo para no mostrar nuestra vulnerabilidad, para no quedar expuestos, frágiles y trémulos ante el egoísmo, la envidia o los celos.

Ahora, mis ojos buscan aquellos otros… que miran diferente, que ven en mí, quizás lo que ni yo veo. Si en algún momento, nuestras manos se rozan, sin querer, en el movimiento natural de la tarea, o en un saludo, mi piel estará alerta, sensible al tacto, el calor, la suavidad o la rusticidad de esas manos.

De igual manera, mis mejillas estarán esperando el roce de un beso amistoso, cordial, correcto, tratando de intuir no obstante, un énfasis mayor, un instante de prolongación en la caricia.

¿Qué es lo que ha cambiado?

Nada. Y todo. El tiempo ha pasado, cada uno sabe cosas del otro y su vida, que de alguna manera nos une en una especie de complicidad dulce, un poco ingenua, que sin embargo, no queremos perder.

De pronto necesito más que nunca un espacio. Un lugar íntimo, ese sitio, refugio donde sólo quepan mis versos, mis libros y mis sueños. Donde pueda oír la voz que habla directo al corazón. Donde solo estemos Tú y yo… Donde Tú seas la paz, la luz, la voz, la comprensión, la compañía, el abrazo que tantas veces no tengo… Ese abrazo que contiene, ampara y ama…



viernes, 29 de abril de 2022

Gracias, Dimash.

 


En las noches largas, mientras el sueño no llega, pongo tu música y cierro mis ojos. Mi alma, mi corazón y mi mente se llenan de una melodía maravillosa. Transcurre la noche y yo sigo hechizada. Luego, poco a poco, tomo conciencia. Despierto. Y aún antes de poder razonar lo que ha pasado, mi alma, mi corazón y mi mente cantan tu música envolvente y maravillosa.





jueves, 14 de abril de 2022

Abrázame

Dame ese refugio amoroso

que me contiene en el espacio

cálido de tus brazos, 

junto a tu corazón que late.

A esa hora en que todo duerme,

ese momento cuando la calma

abarca el espacio, poco a poco,

cuando el rocío aún no llega,

y la naturaleza aguarda

la brisa que alivia el agobio 

de un día tórrido de verano,

allí estás tú.

Bálsamo que nutre,

que colma las horas vacías,

que trae calma, la música, la paz

y llena de colores el alma mía.

Ivalopano





miércoles, 23 de marzo de 2022

A ritmo constante

 


La vida transcurre con su ritmo constante y pausado. Nada hace que cambie su curso. Solo nosotros apuramos el paso y queremos ir de prisa. Pero los hechos se suceden en el momento preestablecido, y de forma inexorable nos sentimos frustrados. De poco sirve correr, si lo que ha de suceder mañana, no hay forma de adelantarlo. Eso es lo que nos angustia, nos desespera.

Parece que caminamos con los ojos vendados. Todos los acontecimientos están allí distribuidos en nuestro camino, para verlos en el momento exacto. Pero, mientras no lleguemos al lugar y el tiempo justo, no podemos verlos, ni saber nada. Esa incógnita, es a su vez, el incentivo que nos lleva a investigar y analizar todo. 

A lo largo de la vida, a fuerza de luchar contra el tiempo, aprendemos a esperar. Aprendemos que de nada sirve correr, si no vamos a poder adelantar nada. Todo está allí. Sólo tenemos que sintonizar la frecuencia correcta, en el lugar y el momento preciso. Nada más. Pero, esto lo comprendemos, a veces, tarde, y desgastamos las fuerzas tratando de apurar un evento.

De esta forma, cuando no sabemos cómo seguir, cómo resolver tal o cual problema, sólo es cuestión de esperar. Dejar que el tiempo transcurra con normalidad. Si la solución está en el camino, llegaremos a ella, justo a tiempo. En la vida todo sucede en el momento exacto.

Al final, comprendemos que todo ocurre como lo soñamos y porque lo soñamos. Creamos nuestra realidad, de acuerdo a todo aquello en lo que nos enfocamos. Entonces lo que debemos hacer, es soñar con aquello que queremos alcanzar y no distraernos, ni dispersarnos con otras cosas, o en preocupaciones y temores sin sentido.

Si estamos convencidos de lo que queremos, debemos enfocarnos solamente en eso y al final lo alcanzaremos, porque así lo soñamos y porque así lo hemos creado.



domingo, 20 de marzo de 2022

Ese plano sutil

 


Cuando la inmensidad es pequeña, cuando la pequeñez es interminable, cuando el silencio grita dentro de ti, cuando la voz enmudece, cuando tiembla tu mano… respira. Tan solo respira. Eres parte de esa inmensidad, eres interminable en tu pequeñez. Respira.

Respirando… para aquietar el pensamiento, comienzo a elevarme. Es una sensación muy buena la de volar. Me dejo llevar totalmente ingrávida. Me doy cuenta que estoy en mi vuelo buscándote. Creo que, si ambos coincidimos en algún momento, en la frecuencia correcta, deberíamos encontrarnos en ese plano sutil donde el cuerpo no cuenta

jueves, 10 de febrero de 2022

Gracias, por lo vivido.


 Doy gracias a la vida siempre, por lo vivido que fue hermoso. Y eso no se borra. Lo vivido, vivido queda. Lo que no pudo ser, no fue. De una forma egoísta me alegra saber que hay un lugar en tu vida que sigue estando vacío. El solo hecho de pensar que no me has olvidado y que no has podido llenar ese lugar, me reconforta, aunque éste, sea un sentimiento mezquino.

sábado, 5 de febrero de 2022

Dame el poder

 


Oh, Señor!

Dame el poder. El poder de la palabra. De la palabra justa, atinada y precisa. La palabra piadosa. Aquella que llega al fondo mismo del corazón tocado; aquella que abre el entendimiento de la psiquis perturbada; aquella que abre una ventana en la oscuridad, la que hace entrar un hilo luminoso. Aquella que aclare ese tumulto de pensamientos confusos. La que logre aquietar el caos de voces y de llantos. La palabra que transforme el dolor y la confusión en esperanza. Esa que me permita llenar de fe un corazón desolado.


miércoles, 19 de enero de 2022

Jacarandá




Las flores del Jacarandá

se recortan limpias, lilas,

sobre el blanco de las nubes

en un cielo tan azul.

Es la sutil belleza

que en la retina quedará,

y en la memoria emocional

nítida se guardará.

La brisa las mueve

sobre las nubes blancas,

en ese fondo tan azul,

que crea un encanto

hipnótico y visual,

imposible de ignorar.

Ivalopano

domingo, 12 de diciembre de 2021

Allí estarás.




 En algún  lugar del mundo,

quizás hablando otro lenguaje,

habitas una tierra 

de grandes lagos 

y blancas montañas,

en bellos paisajes.

Cuando mi sueño te alcance

allí estarás brillando.

Entonces, buscaré ese nudo

que ajusta, que une y repara.

Volaré hasta ti, y volveré.

Tu tierra, aunque hermosa,

siempre me será extraña.

Amaré tu suelo, tu gente y tu historia

y en la simplicidad de un verso

te diré: "te amo".

Me verás llorando, 

y te diré adiós.

No pretendo que lo entiendas,

es doloroso para los dos.

Ivalopano.



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